sábado, 2 de junio de 2012

~Capítulo veintiuno.

Me resguardé del frío con los antebrazos. Salí de la casa sin que nadie notara mi ausencia. O eso pensé. Aunque ya sabía que nadie se daría cuenta. Empecé a oír otros pasos a mi espalda. Notaba como la nieve congelaba cada dedo del pie. Y el contacto con la piel hiciera que se derretía en segundos. El frío calaba cada centímetro de mi cuerpo. Me cubrí el pelo con el gorro, al ver que pequeñas gotas de agua se deslizaban por cada mechón. Me cubrí los ojos con el pelo rojizo que adornaba mi rostro y observé quién imitaba mis pasos, intentando que no se notara su presencia. Abrí los ojos.—¿Alice?—sugerí al ver su rostro entre bufandas. Me paré en seco, para poder estar más cerca de ella. No entendía que hacía aquí. Tampoco sabía por qué había salido yo.—¿Me estás siguiendo?—planteé y sonreí. 
—La verdad.—suspiró. Escondí las manos en los bolsillos.—Sí. Siempre desapareces.—admitió cabizbaja. 
—Suelo desaparecer por la tarde.—comenté chistoso.—Ahora, solo quería pasear. Estar solo.—reconocí. Sus labios mostraban un color rojizo como el cobre, a causa del frío. Parte de mi cuerpo querría que colapsaran con los míos, fundiéndose, convirtiéndolos en uno.
—Pero, has estado solo toda la noche.—añadió.—¿Quieres estarlo más tiempo?
—Hombre—sonreí victorioso, ella sola había sacado el tema.gracias por recordarlo.—suspiré cansado de sus palabras.—Así, por lo menos me acostumbro para cuando te vayas a Francia, ¿verdad?—comenté. Noté como sus ojos se encharcaban, pero con el frío apenas podría soltar una lágrima. No entendía su reacción, era la verdad. Se iba a ir.
—¿Te lo ha dicho Ralph?—preguntó nerviosa, mientras dejaba mostrar su rostro apenado.
—Lo dijiste tú.—me quité el pelo del rostro y formé un silencio de apenas unos segundos, que parecieron ser años.—Ayer.—rectifiqué,—mejor esta madrugada, fui a la habitación. A disculparme.—balanceé los brazos, como un niño pequeño.—Y sin darme cuenta, noté como de tus labios salían: ''Me iré a Francia''—imité, no muy convincente mi actuación. Sabía mentir, pero no poner otras voces. Intenté quitarme los pensamientos que pasaban por mi mente. Las miles de voces que hacían que me empezara a doler la cabeza.—¿Sería mi conciencia?—musité. Apenas fue imperceptible, y vi como Alice suspiraba y se cubría aún más con las bufandas. Dejó de mirarme. Y yo, aunque me costase admitirlo, también dejé de mirar. Caminé confuso, como si me costase levantar cada pie del suelo y luego, volverlo a plantar en la nieve. Hundirlo en el frío ambiente que me rodeaba. Oscilarían unos -2ºC y la presencia de Alice, hizo que mi pulso bajase a la misma velocidad. Mi respiración cada vez era menos contaste, perdía calor con cada suspiro, que acababa siendo una nube de vapor.—¿Hago bien?—me pregunté a mi mismo mientras frotaba ambas manos. Hasta que sentí una cálida ráfaga de calor. 
—Hace mucho frío,—comentó.—Vuelve a la habitación.—sonrió. Me congelé por dentro al verla tan cerca de mi rostro. Tan sonriente, tan risueña. Como si no hubiera pasado nada.
—¿Cuál?—pregunté.—¿A la nuestra o, a la de Ralph?—continué y le miré ingenuo. Sabía que la pregunta la dejaría confusa, y así fue, como si fuera adivino me imaginé como reaccionaría y no cambió nada. Era tan transparente, tan sincera. Gruñó.
—Bueno,—sonrió, siguiéndome el juego. Cuál me gusto.—Donde te sientas más cómodo.—volvió a sonreírme y dejó soltar una carcajada. Me eché a reír.
—Prefiero estar aquí.—sugerí, mientras me frotaba las orejas.—Tengo que acostumbrarme a este frío. Dicen que va a ser el invierno más frío de años.—seguido me froté la nariz, notaba que se me erizaba la piel.
—Estamos en otoño.—alcé los hombros. Su murmullo fue como un grito, en aquellas calles solitarias de Irlanda. 
—Entonces,—hice una pausa y me aclaré la voz.—No quiero imaginarme como será cuando sea invierno.—solté. En mi vida, nunca había estaciones, pasé mucho tiempo en Noruega, y me acostumbré que el frío y la oscuridad se relacionara con el invierno, aunque fuera cualquier otra estación. Observé su rostro, pestañeaba a cada palabra que salía de mis labios. Y no dejaba de prestar atención a cada movimiento que daba, como si le fuera la vida en ello. Ella, estaba cubierta por abrigos, uno era mío, no quise imaginar como había dado con ello y sonreí sin decir palabra.—Estás preciosa.—susurré al cuello de mi abrigo. 
—Gracias.—me estremecí al recordar el sentimiento al fijarme en sus labios, cuales ahora brillaban de una forma más intensa, más deseable. Me perdí en su mirada, o eso vi al notar que no podía hablar. —Charlie,—añadió. No supe que decir, me había quedado pasmado como un estúpido por la forma que acababa de decir mi nombre. En la forma en que los labios se habían movido para formar las vocales. El timbre de su preciosa voz, que resonaba en mi mente como una melodía.—Vayámonos a casa.
En un lugar no muy lejano..
Le miraba, aunque sabía que él no quería saber nada de mi. De mis pensamientos, de mis acciones. Paseaba mi dedo por la palma de su mano, intentando que dejara de mirar esos libros y clavara sus ojos en los míos, con la esperanza de aclarar las cosas. —Josh,—musité cansada, tirada en el suelo. Mirando al techo.—¿Puedes dejar de leer?—inútil, esa fue la palabra de mi intento a que me hiciera caso. Observé mi reflejo en la ventana, poco a poco el cielo empezaba a cambiar de color y presentaba un rosa palo entre las nubes, que se dejaban ver. Yo, mientras, tenía unas pintas horribles, ojeras, pálida.—Normal que no me quisiera mirar.—comenté en lo más profundo de mi mente. Volví a mirarle. Nada, parecía que aquellos libros eran más interesantes que su novia.—¡Josh!—exclamé acompañado de una carcajada. Me miró. Dejó caer los párpados, como si les pesaran demasiado para contener una mirada conmigo.—Estoy aquí,—comenté.—¿Lo sabías?—respiré. Volví a mirar el techo, tan blanco como siempre.
—Claro que lo sé.—respondió a mi pregunta. Le miré, por fin se dignaba a hablarme.—Llevas dos horas dándome el coñazo.—contestó. No muy agradable a su respuesta retorcí el morro. Arrugó la frente y suspiró, intentando buscar sus labios con los míos.
—No.—le rechacé y volvió a sus estudios.—¿Desde cuándo estudias?—pregunté. Pocas veces le veía con libros, y menos tan voluminosos.
—Desde siempre.—respondió seco como un desierto.—Antes de que mis padres me abandonaran, ¿recuerdas?—dijo irónico y molesto. Me limité a no contestar, ya que sabía que no había terminado.—¡Ah, no!—sobresaltó.—Estabas muy ocupado observando a Charlie, como si fuera un monumento.—deseé que fuera sorda en esos momentos, y que no hubiera escuchado esas palabras.
—Exageras.—confirmé, intentando disimular el dolor punzante que sentía entre pulmón y pulmón.
—Deberías haberlo visto desde mis ojos.—cerró los libros y los tiró a un rincón de la cama.—Ver cada mirada y sonrisa que le dedicabas.—me faltaban segundos para llorar, pero me contenía, intentando ser fuerte.—Con cada suspiro que daba para ti era un mundo.—siguió, sus palabras cada vez más serias y duras.—Recuerdo cada palabra, cada momento, como si lo volviera a vivir.—continuó.—Y sé que va a volver a pasar, que esto no ha cambiado. Sigues enamorada de él.—terminó. Maldigo el momento en el que decidí abrir la bocaza que mostraba mi cara. Era estúpida. Podría estar tumbada en el suelo, mientras él estudiaba. Pero no. Decidí hablar.
—Lo, lo siento.—tartamudeé. Me quité el pelo de la cara.—Pero,—suspiré nerviosa de mis palabras.—Estás equivocado.—mentí, en lo más hondo de mi corazón volví a mentirme, me quería engañar a mi misma, a mis palabras, a mis sentimientos. No quería vivir esa situación.
—Sé que mientes.—añadió.—No me creas tan ingenuo Andy, nos conocemos.—dejó de mirarme y se dejó caer en la cama, chocando su espalda contra la pared, mientras me observaba tirada en el suelo.—Prefiero saber la verdad que vivir en una mentira.—dos, tres segundos faltaban para que mi corazón saliera de sus órbitas. 
—Pero, entonces,—hice pausas a cada una de mis palabras, no tenía ordenadas mis ideas y temía en cometer más errores de los hechos.—¿por qué decidiste estar conmigo, sabiendo la verdad?—temí a mi pregunta, tanto que dejé de respirar por unos instantes y aprecié como una humeante lágrima recorría una de mis mejillas. 
—Porque te quiero, así de simple.—musitó. Lo que fue una lágrima terminó cayendo en el contorno de mis labios. Que fue desapareciendo al dejar caer sus labios en los míos. Expresando miles de sensaciones, pero,  solo las sintió él. O eso pensé. Se separó y volví a mis andenes de dudas.—Te quiero Andy. Pero no quiero vivir en una mentira.