miércoles, 26 de diciembre de 2012

~Capítulo veintiséis.

Entré de la misma forma que había llegado, sorprendido, sin entender nada, ¿tendría que hacerlo? A lo mejor, pero no estaba realmente seguro. La miraba, ¿sería ella mi ángel? ¿Mi salvación? ¿La persona que me haría ir por el buen camino? También lo dudaba, no sabía si era buena persona, no sabía si era la mejor opción, el hacerle caso.
—¿Ocurre algo, Charlie?—me miró.—Estás sudando.—dijo. Me cogió y me llevó a un cuarto totalmente blanco. Era verdad, estaba sudando, sería porque hacía mucho calor y llevaba un polar, o por los nervios que me producía estar en ese lugar. Eran ambas. Esta situación me aterrorizaba. Y me hacía el fuerte.
—No, no pasa nada.—Me ofreció sentarme. Obedecí.—Quería preguntarte qué.
—Cállese.—me callé. Sacó algo del pantalón. Su pistola, dejándola en la mesa.—Mejor no preguntes.—sonrió arqueando las cejas, arrugando el rostro, y encogiendo mi alma. 
Miraba la pistola con recelo, lo que daría por volver a tener una. Sí, la tuve, pero eso es otra historia.
—¿Te gusta?—sonrió,—venga, cógela, lo estás deseando.—Renee me leyó la mente y un escalofrío recorrió mi piel.
Estiré el brazo y la empuñé. Apuntándola.
—Si sabes de armas, verás que no está cargada.—Me lo imaginaba, así que le devolví la sonrisa con amargura.
—¿Por qué estoy aquí, Reene?—le pregunté mientras la observaba con envidia.
—Charlie, el padre de Alice, te ha delatado.—suspiró.—Quiere llevarte a juicio.
—¿No sería mejor que se deshiciera de mi?—dije.—Manchando sus manos con mi sangre, no tendría cargos, y nadie se daría cuenta de mi desaparición.
—Yo sí.
—Y luego él se libraría de ti.—la miré. Era buena persona. En el fondo, o quería a Alice, o me quería a mi.—Por ayudarme.—suspiré.—Por avisarme.—volví a suspirar, llenando mis pulmones de un aire vacío, quemándome por dentro.—Por lo que estás haciendo.
—¿Hacer?—rió, tocándose la espalda. —¿Crees que esto es una ayuda?
—Por eso me llamaste, ¿verdad?—empecé a dudar por un segundo, que se convirtieron en minutos interminables, hasta que decidió abrir los labios, para decirme la verdad.
—Lo siento Charlie,—sacó del pantalón otra arma, apuntándome.—Pero te quiero seguir viendo muerto.
A diferencia del arma que tendría en las manos, esa sí estaba cargada.
Tiré la mesa con la pierna derecha, dejándola a ella en el suelo. Corrí hacia la puerta, tirando del picaporte. Tenía sangre en las manos, y toda la habitación blanca me dio la impresión de que era roja.
—¿Bonita, verdad?—Tosió sangre.—Fue diseñada especialmente para esto, estos meses.
No la miré y seguí tirando y empujando la puerta. No podía abrirla. 
—¡Ábrela, joder!—le grité. Liberando mi dolor, mi furia.—Abre la puta puerta Reene.—Dije silabeando, era gracioso, ya que no tenía en cuenta de que ella tenía un arma, y yo, no tenía nada.—¡Qué la abras!—Mi voz resonó por toda la habitación, haciéndola más grave, más terrible. 
Se rió.
Me acerqué, a su rostro, las palabras no servirían, pero, ¿y si la besaba? 
Cambié mi cara en apenas en una milésima, pasando mi mano por su pelo, y quitando sus mechones rubios de su rostro. Acercando mis labios a su oído, noté como se estremecía al notar mi cálida piel en su oreja. Caminé mi mano por su cadera, y acercándola a mi cuerpo.
—Antes de morir, querría tener mi último placer.—le susurré. Cogió mi pantalón y se acercó a mi boca.—Será rápido.—supliqué, mi voz temblorosa y débil fue lo único que se oyó. Extrañada se mordió los labios y soltó mi mano. Posó sus labios en los míos, la cogí del pelo y la encerré entre la pared y mi cuerpo. 
Volví a besarle. La mordí, no sabía si era por satisfacción o por jugar un rato más con ella, pero lo hice. Paré en seco, y se llevó su mano a los bolsillos. Donde estaba su arma. Sonreí.
—Lo siento Reene, pero yo también te quiero ver muerta.
Y disparé.
En un hospital..
Agarré su mano, con fuerza, haciéndome daño.—¿Me oyes?—grité, dándome cuenta de que me podría oír él y toda la planta. Le miré, tan pálido, pero me daba la impresión de que estaba más vivo. Solté sus dedos y corrí hacia la puerta, gritando con todas mis fuerzas, dando la mayor noticia de mi vida, qué había despertado.—¡Enfermera!—corría como una niña, dejé de ser Andy,  la joven de dieciocho años, para convertirme en una cría de cinco, dando saltos de felicidad.—¡Enfermera!—volví a gritar.—¡Está despierto, Josh, está despierto!—lloraba, me ahogué en mis lágrimas, y apenas podía vocalizar.—¡Está despierto!
La cogí del brazo a la mujer y le llevé a la habitación.
—Andy.. le dije que no podría suceder.
—¡Le he dicho que está despierto, me ha agarrado la mano! ¡Me ha apretado!—la gritaba arrastrándole por los pasillos.—¡No le estoy mintiendo, es la verdad!
Llegamos al borde de la puerta, y vi su cuerpo, igual de quieto, en la misma posición. Pero con una sonrisa.
—No.—se quedó perpleja.—¿Lo has hecho tú? ¿Le has movido los labios para que..?
—No, de verdad.
—Está sonriendo.—dijo, emocionada.
—¿Entonces se ha curado? ¿Ya no está en coma?—grité, sin contener mis ganas de explotar.
—Probemos.
Nos acercamos a la camilla, le miró los ojos y sonrió a Josh. 
—Hoy está muy guapo, Señor Green.—rió.—Muy muy guapo, sería un buen día para que se fuese, ¿no cree? Qué ya lleva más de dos meses ocupando una camilla.—dijo con humor, pero en realidad era la verdad. Volvió a estirar la mano, agarrando a la enfermera del brazo. Lo notó y sonrió, indicando que me acercara.—A lo mejor al principio no puede hablar muy bien, y también le dije que puede que haya perdido la mem..
—Ya ya, sí.—no le hice caso.—¿Me puedo marchar ya con él?
—Puedes.
Inclinó su cuerpo y vi como respiraba, como su tripa se hinchaba al coger el aire.
—Josh, soy Andy, ¿me recuerdas?
No conseguía mantener la mirada fija en mis ojos.
—Te voy a llevar a casa.volví a llorar.—A nuestra casa.
Abrió los labios, y me miró.
Dijo con apenas fuerza.
—¿Quién eres?
En una calle de Irlanda..
Salí. Seguía viendo su rostro, me miraba, lo hacía durante minutos, sin dejar la vista en mi. Sus ojos mostraban lágrimas. Se me encogió el corazón, ardor. Parecía que era él. Pero era la cara de un desconocido, que me miraba con sus ojos, con su pelo, sus labios.—Una simple imagen Alice.—mordí mis labios.—Debo correr.—Y así hice, me adentré entre las calles, llegando al puerto marítimo.
—Qué me debe deparar..—suspiré cogiendo aire. Miré al cielo, las calles, todo estaba vacío, solo se oía mi respiración agitada y mis ganas de caer. Dejé de estar en mis pensamientos cuando oí una sirena.
Me introduje en una calle.
Oscuridad, era familiar, pero aún no sabía donde me encontraba. Apoyé mi peso en una pared, rozando los ladrillos con las yemas, imaginándome que era su rostro. La empujé, como si quisiera sostenerla, como si se fuera a derrumbar, sepultando mi cuerpo. Dejando un destrozo en una calle de Irlanda.
Oí un susurro, un tintineo de dientes, noté como una vena se hinchaba, los suspiros de alguien familiar. Un gesto fruncido, una sonrisa satisfactoria.
—Por fin nos encontramos.
Reconocí su gélida y grave voz.
Mi padre.

viernes, 26 de octubre de 2012

~Capítulo veinticinco.

Caminaba. Dos, tres segundos. La luz parpadeaba a la misma velocidad que mis latidos. Cuales ascendían por segundos. Oscuridad, y después, una tibia luz. Todo había cambiado con una llamada.«—Todo, ¿todo?—», pensé.—Todo.—dije suspirando. El pasillo no terminaba. Me acordaba de su sonrisa, que era lo único que me tranquilizaba en estos momentos. Angustia, arrepentimiento, decepción. A ese orden pasaron todos mis pensamientos. Miré al techo, una gotera era lo único que me acompañaba, hasta que oí unos pasos, y como una sombra se acercaba a la mía. No nos miramos, ni nos dimos ningún saludo. Cada uno por su lado, caminando por ese estrecho pasillo que parecía no acabar.
 Me llevé las manos al pelo, quitándome el sudor de la frente. Hacía calor, no recordaba muy bien como había llegado, pero esa fueron las direcciones que me habían dado. Fueron bajar unas escaleras interminables, parecidas a las de un hospital, pero llegó el momento en el que ya no recibía luz natural. En efecto, estaba bajo tierra, y lo único que no podía soportar era el agobio de tener toneladas de cosas encima de la cabeza. No, no me refería a la tierra, ni edificios, ni nada físico, sino mental, me refería a mis pensamientos.—¿Es el final?—dije, temblando. Temblaba, notaba como mis dedos ya no agarraban mis pantalones y se movían sin control.—¡Joder Charlie, no puede ser el final!—volví a gritar. Doblando mi espalda y clavando las rodillas en el suelo.—¡No puede serlo!—volví a gritar. Mi voz se oyó hasta el final del pasillo, donde se encontraba una puerta. Había llegado.
En la habitación de Josh del hospital..
Me miró, yo tan extrañada como él, intentando entender toda la información que me estaban dando.—Es un fugitivo.—miré a Ralph. Me miró con decepción, asombro y miedo.—Una enfermera nos avisado de que estaba aquí.—suspiré, ¿Charlie? ¿Fugitivo? ¿De qué?—Secuestró y violó a Alice Flint.—un nudo en la garganta me impidió seguir respirando.
—¿Alice Flint?—añadió Ralph, mirándome. No me habían reconocido. Solo tuve una idea, huir.
—Así es muchacho.—agarró sus esposas.—¿La conoce?—negó con la cabeza.—¿Y la ha visto?—volvió a preguntar al ver su respuesta. Me cubrí con la bufanda, tapándome más la cara. Y bajé el gorro que llevaba para que se me vieran menos los ojos. Quería llorar, gritar, tirarme al suelo y patalear como una niña pequeña. Pero no reaccionaba, notaba que mis piernas estaban clavadas al suelo, sin poder moverme, sin poder huir. Miré a Ralph, y lo único que pude ver fue una imagen de Charlie. Mirándome con decepción.
En esa misma habitación..
Continuaron las preguntas, cuales yo respondía por ambos. Alice no podía hablar, ni articular ningún gesto. Me miraba con pena, como si no me estuviera mirando a mi, como si hubiera mirando algo que no fuese yo. 
Pero seguí mirando al policía.—¿Usted es amigo de el señor Blair, verdad?—respondí, más seco que la paja. Le conté que hace unos días que no le veía.—Mentirme es delito.—volvió a comentar, pero yo seguí con la postura de que no sabía nada de él. Mintiendo.
—Le puedo asegurar que no le veo desde hace semanas.—dije.
—La enfermera ha confirmado que ha estado aquí, hace unos minutos.—pasó su mano por su cintura.—¿Acaso cree que soy estúpido?—preguntó con una risa irónica.—¿Y usted?—señaló a Alice. Le miró, y acto seguido me miró a mi.
—Ella tampoco sabe nada.—respondí.
—Hablo con ella.—me interrumpió antes de poder decir otra palabra más. La volvió a mirar.—Su cara se me hace conocida.—se le saltaron las lágrimas, y se pasó la manga intentando disimular.
—Tengo una cara muy común.—dijo. Sonreí, sin darme cuenta.
—¿Le hace algo de esto gracia?—se volvió a dirigir a mi.—¿Le ve la diversión a esto?—bufó.
—No.—respondí.—En absoluto.—confirmé satisfecho. Dejaría de interrogar a Alice.
—A mi no me lo parece.—se llevó las manos a las esposas, cuales sacó y empezó a jugar.—Usted deberá saber que su ''amigo''.—recalcó poniendo comillas.—Ha violado a Alice Flint.—alzó las cejas y con la mirada perdida, encontró la de Alice.—Usted se parece mucho a aquella muchacha.
Segundos de pánico corrieron por mi sangre, pero ese policía con barriga parecía demasiado estúpido para darse cuenta. Había cambiado, el pelo más largo y desgastado. Rasgos físicos con magulladuras y en todo caso, había crecido, no era la misma niña de siempre. Le tocó madurar demasiado pronto, pero en el fondo, me gustaba. Sus ojos pintados con una raya negra recalcando su precioso color azul. Era lo único de maquillaje que llevaba en la cara, y, estaba preciosa.—Espera..—dijo. Le miré. Sacó el móvil y puso la clave «guardiacivil». Confirmé que no era muy inteligente al poner esa contraseña.—Un momento.—la miró.
—¿Qué ocurre?—dije, me alteré.
—Usted.—la miró.—¿Se cree que soy idiota?—rió, tan fuerte que se asustó.—¿Y usted?—me miró.—¿Creía que no me iba a dar cuenta?—sonrío.—Qué pena que no hubieras huido.—agarró a Alice.—Querida Alice, te tengo que llevar con tu padre.
No sé si lo hice sin darme cuenta. No sé si fue un acto reflejo o algo que me salió del corazón. Pero empujé a Alice al suelo, dejándola caer, para que reaccionara a la situación. Se levantó y me miró. El policía se dirigió a mi rostro. Recalco, no sé si lo hice porque lo necesitaba, no sabía si era por furia, rabia o impotencia. No sabía si era porque a Alice no la hubiera pasado nada si se hubiera fijado en mi. Pero lo hice, cogí al policía del brazo y le di un puñetazo en el ojo. Dejando a Alice con tiempo. Tiempo para huir.
En los pasillos del hospital..
Me chocaba con todo lo que estaba de por medio. La última imagen que tuve fue como Ralph le proporcionada un puñetazo al policía. Corría, y los pasillos se hacían interminables. Insultos, disculpas, gritos, risas, todo lo que me rodeaba me agobiaba y me hacía más pequeña e indefensa. Debía huir. Esquivar guardias, debía hacer muchas cosas. Pero sobretodo una: Encontrar a Charlie.—Debo avisarle.—dije, mientras corría por un pasillo con solo una salida. La de incendios. Saltó la alarma e hice que mi huida fuese menos sigilosa y segura. Me trababa con las palabras en mi mente, su rostro era lo único que veía en las caras de la gente. Decepción, me miraba con una mirada perdida, con miedo y avisándome de las cosas. Pidiéndome a la vez perdón por tener que irse. Todo eso me decía su mirada, que en el fondo, era fruto de mi imaginación.
En el ascensor..
Decidí volver. Me daba igual que Charlie me regañase después de verme en la habitación de Josh. Necesitaba verle, sentir el poco calor que desprendía su piel y darle el mío. Marqué el botón. «Tercero.» Estaba en el tercer piso, una perfecta caía donde me llevaría con él.
Entró gente y me sentí débil. Abrazados y mirándose, mientras lo que más amaba de mi vida se encontraba en una camilla del hospital. Caminé sola por los pasillos, hasta llegar a su habitación. No había nada. Ni nadie. Solo se encontraba él.—He vuelto.—le dije mientras me acercaba al pie de la cama.—He vuelto para estar contigo.—volví a decir, llorando. Me senté en la silla que se encontraba cerca de su cara, acariciando su rostro frío y pálido.—Te amo Josh.—solté, mientras pasaba la yema de los dedos por su pelo. Escribí, «Te amo.» en la palma de su mano. Otra vez. Mis lágrimas cayeron en su rostro, como si él estuviera llorando, y luego en su mano, cual apreté con todas mis fuerzas. Solo hubo una diferencia. Él también apretaba.
Bajo tierra..
No sabía cuanto tiempo había estado enfrente de esa puerta. Ni lo que me esperaba. Aún no lo sabía. Solo sabía que necesitaba verla, y la había dejado tirada en un hospital. Resoplé. Apoyé mis zapatillas en la pared de enfrente, dejando mi espalda en la pared, y la cabeza entre las piernas. Mis mechones pelirrojos cubrían mi frente. Debería haber entrado, pero a la misma vez nadie salió. Miré el móvil, la tenía de fondo. Su preciosa sonrisa. No podía creer lo que estaba haciendo. La estaba abandonando en sí, había huido sin ella, sin nadie. Había huido solo. Tiré el móvil contra el suelo. Así nadie me encontraría. Yo podría dar con ella. Me sabía su número de memoria, no me hacía falta tenerlo apuntado. La luz de la pantalla se fue poco a poco, igual que su imagen. El pomo de la puerta empezó a girar. Y una sonrisa me recibía.
—¿Cuánto tiempo llevas ahí?—sonrió dándome su mano para levantarme.
Agarré su mano para impulsarme y me puse a la misma distancia que su rostro.
—Mucho tiempo Reene, mucho tiempo.

jueves, 30 de agosto de 2012

~Capítulo veinticuatro.

Noté como mi alma se desgarraba al compás de los gritos de mi propio dolor. Externo y a la vez interno. Repliqué mil veces a los médicos, a las personas que me rodeaban, hudiéndome más en mis pensamientos.—Despierta, por favor.—repliqué, rozando sus manos.—Los médicos me han dicho que puedes oírme.—supliqué llorando.—Por favor, despierta.
—No lo intentes Andy, no va a despertar.
—¿Por qué?—agonicé, queriendo que esas palabras fueran las últimas que dijiese. Irme con él. Volví a mirarle, pálido y serio. Siempre pensé que sonreía, pero me hicieron ver que no volvería. No estaba muerto, pero a mi me parecía que era un cuerpo sin vida, que deambulaba sin rumbo. Y si despertase, no recuperaría la memoria, incluso podía ser un vegetal. Fueron las únicas razones que hicieron que pasara casi dos meses en el hospital. Sin moverme de su lado. Cuidándole como si fuese mi propia vida. Y lo era.
—Vete a comer algo, ya me quedo yo con él.—sonrió dándome esperanzas que no había.—Aún hay tiempo para que se despierte. Mucho tiempo, y se acordará de ti.—me gustaría que me lo prometiera, pero ya había perdido todo.—No se va a olvidar de la persona que siempre amó.
—No lo digas en pasado.—pedí. Odiaba que hablasen como si no estuviera con nosotros. Cómo si no estuviese presente. Siempre «era...» «hizo..» cómo si ya no tuviera la oportunidad de serlo o hacerlo. Habían aceptado que se había ido. Unos tardaron más y otros menos, todos pasaron página. Yo seguía estancada en la fase de «Negación.» No quería admitir que estaba en coma. No quería admitir que los médicos tenían razón al decirme que no se despertaría. No quería que le desconectasen al ver que con la guerra había más heridos y necesitaban camillas. Suplicaba a los médicos, pidiéndoles unos días más. En cuales se despertaría. Abriría los ojos, y yo, estaría presente para verlo. Para llorar al ver que me miraba. Pero el tiempo pasaba y yo no corría a la misma velocidad que los segundos.—Me sigue amando.—respondí, agarrando más fuerte su mano.
—Lo sé.—suspiró.—Todos lo sabemos. Pero—me miró.—Andy, está en coma. Han dicho que es difícil que despierte.—no quería oírle.—Y no recordará nada. Lo siento decírtelo pero tienes que aceptarlo.
—¡Cállate!—grité mirándole.—¿Acaso sabes qué es perder a alguien?—volví a elevar la voz, liberando mi furia de dos meses por la boca. Cargando mis penas al único que me había ayudado estos meses. Charlie. Mi querido Charlie, notaba que era lo único que me quedaba.—¿Lo sabes?—volví a gritar, notando como emergían lágrimas.
—Sí. Sabes que lo sé. Y ahora vete.—suspiré.—Voy a llamar a una enfermera para que te saque de aquí.  
Vi como Alice se asomaba por el arco de la puerta, trayendo a Ralph detrás. No sabía que había pasado estos meses, no pisé nunca la casa. Pero las cosas habían cambiado desde entonces y nadie lo pudo 
remediar. Ni yo, ni nadie.
En aquella camilla..
«Agarraba mi mano, como si no quisiera soltarme, observaba su pelo negro, desde el otro lado de la vida, pero a su lado. Intentaba mover los labios, intentaba decirle que no llorase. No sabía su nombre, pero tampoco sabía cual era el mío. Había oído nombres, muchos, pero estaba perdido. Recordaba palabras sueltas, disparos, llantos, discusiones. Recordaba como aquella chica me cuidaba día y noche, y yo, no podía agradecérselo, porque no era consciente de mi cuerpo, no podía moverme. Intentaba mover los dedos cuando me cogía la mano, pero, lo que más quería hacer, era sonreír. No sé si lo había conseguido, pero todo mi ser se había esforzado para regalar una pequeña sonrisa al mundo. Que como parecía desde mi punto de vista, yo era el mundo de esa chica..»
En esa misma habitación..
Seguía cogida de su mano, mientras se resistía a que la enfermera la sacase de la habitación, pero por fin, cedió  No le quedaba otra, tenía que comer, vivir, ver el Sol. No podía estar encerrada siempre con Josh en la habitación.
Luego, al oír sus llantos por el pasillo, suplicando que no se la llevasen, desvanecieron en un suspiro y nos quedamos los tres en el cuarto, bueno, Josh también. Había tensión, tanta que Alice se separó de mi y se aproximó a Josh. Charlie me ofreció la mano y acepté. 
Entendí un «Cuídala.» salido de sus labios. ¿A quién se refería? ¿A Andy, Alice? Me limité asentir, sin saber a que se debía.—Hola Josh,—dijo Alice.—Te estás dejando barba, ¿verdad?—río, con una triste sonrisa en la cara, actuando como si hubiera aceptado su pérdida, pero no, nadie la había aceptado, quién nos iba a engañar.
Miraba su figura, su increíble figura, que me perdía en ella cada vez que la veía. 
Charlie rió chistoso, acercándose a ella, y rodeando su cintura con las manos. Apoyó su barbilla en sus hombros, mientras notaba su respiración en su cuello. Y bueno, yo estaba ahí. Observando cada detalle. Cada detalle que me mataba por dentro, haciendo un agujero en el pecho.
Nadie decidió hablar de nada, no decir ninguna palabra mientras Alice abrazaba a Charlie. Todo parecía ser normal, pero no lo era. Las cosas habían cambiado. Sonó su móvil.
—Claro.—dijo al coger el móvil, sin saludar.—¿Pero es verdad?—volvió a decir. Miré a Alice.—De acuerdo, voy para allá.
—¿Qué ocurre?—puso su dedo en los labios.
—Luego, a la noche, nos vemos cariño. Me tengo que ir.—Posó sus labios en los suyos y se marchó sin dar ninguna explicación, dejando las dudas, la tensión y la curiosidad en el aire.
—Otra vez.—suspiró y me sonrió mientras se apoyaba en la pared.—Se volvió a ir por causas desconocidas, que yo nunca sabré.—rió molesta.—¿Tú sabes algo?—preguntó.
—No..no.—dije, mirando sus ojos. Azul mar, azul cielo. Ese precioso azul. Siempre me pregunté por qué seguían juntos, después de estos dos meses pasando casa segundo conmigo, mientras Charlie estaba fuera. Para mi fueron especiales. Pero nunca sabré que significaron para ella.—Pero no te preocupes.—y defendía a Charlie, en el fondo le quería como a un hermano.—No te está engañando.—no lo sabía con seguridad.—Para él eres su vida.—volví a decir lo qué sentía cambiando mi nombre.—Para él eres la voz que anima sus días.
—Pero..—me acerqué, la aferré a mi cuerpo, dejando mi cabeza en la suya.
—Te quiere, no plantees más preguntas.—supliqué. Aprecié como sus latidos se aceleraban a la misma velocidad que los míos, llegando a tal punto que los dos se unieron en uno solo. Podría besarle, se negaría, pero así me liberaría de ese peso en el cuerpo, de como sería al poder rozar sus labios. Apoyó su frente en mi frente, mirando mis ojos con el más profundo dolor. ¿Sería por Josh, por Charlie, por mi? Me dejé de preguntas y respiré lo mínimo, para no perder detalles de como parpadeaba, de como la curva se su sonrisa de elevaba iluminando su rostro, seguido al mío. 
Nuestro beso podría haberse quedado en el olvido después de haberla dicho por una vez más que la amaba. Choqué su nariz con la mía y respiré su mismo aire, mientras posaba mis labios en los suyos. Agarré su cuello con una de mis manos, mientras ella pasaba las suyas por mi pelo.
Todo saldría perfecto sino fuera porque entró la policía en la habitación. Buscando a un futuro detenido. Que había huido sin dar explicaciones apenas hace unos minutos. Que había dejado al amor de su vida en una habitación del hospital. Sin dar pistas de dónde estaría y con quién. Sin saber qué había hecho y por qué le iban a encerrar o reclutar. Llamado Charlie Blair. 

jueves, 19 de julio de 2012

~Capítulo veintitrés.

Caminé, hice el mismo recorrido de todos los días. Los mismos árboles, las mismas personas en los mismos bancos. Todo era igual menos yo. No me agradaba hacer lo que hacía. Lo odiaba, pero en mi interior notaba que no me quedaba otra opción, que tenía que protegerla, tenía que separarla del dolor. Dos manzanas más, y llegaría a la casa, donde empezó todo. Clavaba los pies en la nieve, hundiéndome en ella. Igual que mi dignidad y mi alma. Llegué a la puerta, y no me quedó otra opción que llamar.
—Adelante.—me dijo un mayordomo.
Caminé y saqué las manos de los bolsillos, notando un extenso calor.
—¡Hola Charlie!—exclamó esa chica rubia.—Pensé que llegarías tarde, como de costumbre.—no dije nada y pasé por las escaleras, las mismas dónde la encontré tirada en el suelo, rodeada de sangre. Me estremecí y le sonreí, cansado de toda esta mentira.
—Ah.—me limité a decir.
Vacío, un gran vacío ocupó la habitación. Y ese «ah.» fue lo más parecido a una palabra que iba a decir el resto de la mañana. Me miraba, sonriendo, como si estuviera feliz al notar mi presencia. Como si no le importara todo el daño que le estábamos haciendo a su mejor amiga, a Alice.
Me senté en el salón. Miré fotos, cuadros, observé absolutamente todo lo que me rodeaba, recordando que la estaba haciendo daño, sin que ella se diera cuenta.
—Bienvenido Charlie.—me levanté acto de oír su voz.—No te esperaba tan puntual.—Siempre llegaba tarde, era verdad.—siéntate.—obedecí sus órdenes y me senté a su vera, observando su expresión. Cejas arqueadas y una sonrisa que iluminaba su horrible rostro. Escondía rencor y estrés. Y su mirada, era lo que más temía.—Hoy, quería comentarte una idea que hemos tenido Renee y yo.—la chica rubia me sonrió y yo pasé un tupido velo a la situación.
—Qué queréis hoy.—añadí seco.
—Tienes que hacer más daño a Alice, si no quieres que se lo haga yo.—vocalizó cada vocal, mientras el mundo se caía a mis pies.—Sabemos que eras un fugitivo, y un secuestro te enviaría inmediatamente a la guerra.—olí a quemado, y dejé de respirar. Un nudo en el cuello me apoderó y asentí a sus palabras.—Solo tienes que hacer lo que te pedimos.—sonrió, mostrándome una de sus peores facetas.
—¿Hasta cuando?—me digné a decir, intentando aceptar sus palabras.
—Hasta que se harte de ti y venga conmigo.
—La volverás hacer daño.
—De eso trata.—comentó.—Parece que no pillas las cosas muchacho.—respiré y me froté las rodillas.—Parece que te cuesta asimilar que Alice es mi hija, y yo hago lo que quiero con ella.—me hubiera levantado y abría posado las manos en su cuello, hasta que dejase de respirar y su corazón diese sus últimas señales de vida. Nadie sabría lo que habría pasado, Alice no sufriría y yo me iría a la guerra, a luchar. Pero dos guardaespaldas me rodeaban, apuntándome con un arma, cargada, preparada para disparar en cualquier momento.
—¿Por qué no me matáis ya?—Estaría dispuesto a pegarme un tiro, pero mis acciones inmaduras no solucionarían las cosas. Sería un suicidio, que sería capaz de cometer, solamente por su felicidad.
—Eres necesario.—comentó Renee.
—Si tú no le haces daño, no se dará cuenta que no le queda nada más en la vida, y vendrá aquí, por mucho que le duela.—bajó los párpados por cansancio.—Pensaba que eras más listo.—sonreí.—Pero vemos que mi hija se ha enamorado de un idiota cualquiera.
—Un idiota que si le ocurre algo, no saldrá las cosas como usted quiere.—alcé la mirada.—¿verdad?—le hice daño, lo sentí al ver que me enseñaba los dientes y apretaba sus puños. Le dolía oír la verdad, tanto como a mi.
—Cállese.—ordenó.—Miro a sus guardaespaldas y ladeó a cabeza.—Marchaos.—los dos se extrañaron y alzaron los hombros, mientras desaparecían al cruzar por una pared.
—¿Y yo..?
—Renee, vete también.
—Per..—la interrumpió con una mirada y se puso en pie. Mientras esa figura perfecta desaparecía en la penumbra del salón.
—Qué quieres Charlie.—sonrió.—¿Dinero, chicas?
—Quiero a su hija.—respondí.
—Sabe que es mía, de mi propiedad, mi juguete.—Mi mente se imaginó aquellas imágenes, donde abusaban de ella hasta que perdía el conocimiento. Cerré los ojos, intentando olvidar, que diese un cambio inesperado y que estuviera en el cielo. Pero en mi caso, iría al infierno.—Y tú, terminarás siéndolo.—me sorprendí.—No, hijo no. No abusaré de ti, pero, ¿no te das cuenta de que eres una marioneta?—rió.—¿Un perrito faldero?—cuestionó, sabiendo que era cierto.—Digo que vengas, y vienes.—volvió a reír.pasando de las consecuencias que provocarías.
—¿Sabe usted que le podría matar en estos instantes?—solté.
—Lo sé perfectamente. Un tiro en la sien y me dejarías tieso. Pero Charlie, para eso hay que tener valor, cosa que careces.—sonrió.—Pero yo la poseo. Yo también podría matarte. Pero..
—..soy imprescindible.—acabé su frase, odiando la realidad.
—Muy bien. Empiezas a pillar los conceptos.—le miré, clavando la mirada en sus ojos. Intentando adivinar sus pensamientos, sus futuras acciones. Suspiré. Me veía en todas ellas.—Sabes que las cosas acabarán como yo quiero.—asentí.—Sabes que Alice vendrá por consuelo.—bajé la mirada y seguí moviendo la cabeza.—Sabes que no tiene a nadie.—Paré en seco. Su padre tendría toda la razón del mundo, pero en una cosa se equivocaba. Alice no estaba sola, tenía a Ralph.
Mientras tanto en una cocina..
Su reacción. La que menos esperaba y menos quería. Era un iluso por creer que reaccionaría diciendo «yo también te amo Ralph..» era demasiado imbécil. Pasé la mano por la taza de café, mientras cuatro chicos me preguntaban por ella. Por lo que había pasado en esa habitación. Por lo que no había ocurrido.
—¿Qué tal con Alice?—me hablaban en noruego, muchas palabras se me habían olvidado, recordaba lo básico, pero siempre pensaba en inglés. Eramos al rededor de unos cuarenta hombres, y en estos momentos, solo había dos mujeres, entre ellas, a la que amaba.
—Bien,—dije deseando que hubiera pasado algo.—Todo muy bien.—sonreí, sí, sonreí con café en los labios. Saboreando su sabor, amargo y a la vez adictivo. 
—Ten cuidado Ralph, sabes que es de Charlie..—me comentaron mientras me daban un golpe en la espalda. Tenían razón. Pero, ¿yo no la mercería? ¿Era menos por no haberla conquistado haciéndome el duro? ¿Tomando las decisiones por ella?
—Yo la conozco desde los catorce años.—solté.—Él no la conoce ni de un mes.
—¿A qué te refieres?—Rony sonrió. 
—Nada, déjalo.—salí de la cocina dirigiéndome a mi habitación. Todas las miradas iban hacia mi rostro. Caminé hasta mi cuarto, o eso es lo que mandé a mis piernas. Pero acabé en la puerta de Charlie. Intentando recuperar algo que no era mío. Algo de lo que había amado toda mi adolescencia. Nadie me avisó que sería estar enamorado. Pero me juré a mi mismo que no la perdería. Sería mía.
Tras esa misma puerta..
El silencio fue la peor respuesta que le pude dar. Al oír esas palabras mi única salida fue huir, para no hacerle daño. Pero, no podéis negadlo, le estoy haciendo sufrir. Noté la furia en sus ojos al verme caminar de espaldas, e intenté no mirarle a los ojos. 
Restregué mis ojos hinchados, y me incorporé débilmente. No había desayunado, había perdido fuerzas. Me apoyé en la pared, clavando mi frente con la piel rugosa de esas cuatro paredes que me encerraban. Solo se oían mis pensamientos, que rebotaban en mi cabeza una y otra vez, repitiéndose, haciéndome sufrir. «—Alice Flint, que, que..—tartamudeó.— que yo te amo.» pensé. Recordaba su sonrisa al verme. Como se arreglaba el pelo al notar mi presencia. «—Alice Flint, que, que..—tartamudeó.— que yo te amo.» volví a recordar. Se paró el tiempo por un instante, eso o fue mi corazón al volver oír su voz pronunciar mi nombre. «—Alice Flint, que, que..—tartamudeó.— que yo te amo.» E intentando darme cuenta de mis pensamientos. Caí que no solo estaba en mi cabeza, también en el corazón.
Al lado de la orilla del mar..
—¿Está decido verdad?—el agua mojó mis dedos. Era invierno y decidí irme con él a la playa, no dando importancia al frío que hacía. Y las bajas temperaturas que me rodeaban.
—Es lo más posible.—sonreí.—Es un buen futuro. Trabajo, y estaré en mi tierra.
—Podrás formar una familia.—me sonrió.—Aunque no sea conmigo.
—No quiero pasar el resto de mi vida con alguien que no seas tú.—cogió mi mano.—Prefiero pasarla solo.—Me estremecí.—Andy, te espero y envejeceré esperándote.—mi corazón dio un vuelco.
—Seguro que encuentras a una persona maravillosa en Noruega.—intenté suavizar la situación.
—Yo ya la he encontrado.—agarró mi mano más fuerte y miró el horizonte.—El mar está precioso a estas horas.—sonreí, hasta que vi como algo caía en el mar.
Una luz cegadora nos dejó en el suelo. Intenté encontrar a Josh con las manos y acaricié su pelo. El ruido vino después. Los oídos me explotaron, dejando un pitido en mi mente, que se hizo insoportable.
—¿Andy?—una figura borrosa vi en la oscuridad.—¿Estás bien?—cada vez la línea de su cuerpo estaba más difuminada. La arena recorrió mi cuerpo, me estaban arrastrando.—¿Estás bien?—volvió a repetir. Sus palabras quedaron en mi mente. Hasta que hice un último esfuerzo y reaccioné. Escupí agua y sonreí.
—Tranquilo.—tosí más fuerte.—¿Qué ha ocurrido?—llevé la vista a los lados y observé el desierto que nos rodeaba, no había ni un alma en la calle.
—No lo sé.—respondió nervioso, pero a la vez aliviado al oírme hablar.
Todo pareció perfecto hasta que vi como una persona se acercaba en la oscuridad del humo y la niebla. No hablé y me quedé mirando sus ojos. Estaba entre mis piernas, apoyando las manos en el suelo. A centímetros de mi. Cada vez la sombra era más real, y descarté que fuese fruto de mi imaginación. Volví a mirar sus ojos, tan bonitos y llenos de sentimientos. Sonrió tímido.
El hombre se paró a pocos metros de nosotros, alzando algo al vacío, dónde nosotros éramos la diana.
«Te amo Andy.» fueron las últimas palabras que salieron de sus labios. Regalándome el último suspiro de su corazón. Cayó como un peso muerto al suelo, una bala alcanzó y atravesó su torso, hasta tocar el órgano más vital de mi vida, él. 

lunes, 2 de julio de 2012

~Capítulo veintidos.

Lectores, os suplico que me dejéis un comentario dándome vuestro twitter para poder avisaros, ya que subo capítulos cada vez que tengo ocasión, y no sé si lo leéis o no. Quiero un comentario abajo, ni en twitter, ni en mensaje privado ni nada. No os cuesta nada decir que os avise y comentar que os parece, solo os pido eso. Saludos. 
Podría ser la garganta la que se me estaba secando. Podía ser el corazón que no lo notaba. Podía ser tantas cosas. Vi mi reflejo en la ventana y miré más allá. Me mordí el labio inferior, conteniendo la rabia al no poder tenerla. De no ser yo él que le sostenía la mano. Un minuto, que pasó como si fuera una hora. Planté la mano en la ventana, como si pudiera llegar a tocarla. Pero solo veía la dulce imagen de ellos dos. De Charlie y Alice. De Alice abrazado a él. —¿Por qué?—agonicé. No podía contenerlo. Noté que algo húmedo me recorría el rostro. ¿Estaba llorando? Me daba igual. Todo me daba igual. ¿De qué servía llorar?
—Ralph, espabila.—me animé a mi mismo. Era ridículo lo que hacía. Me daba cuenta de que cada vez estaba más solo, y cuando, había una oportunidad de tenerla a mi lado, se desvanecía, con el frío de la noche. Me alejé de la ventana y golpeé con todas mis fuerzas la pared. Floreció sangre en los nudillos. Dejándose caer por la muñeca. Pero no paré, la seguí golpeando con todas mis fuerzas.
En esa misma mañana..
No le miré a los ojos. Ni siquiera pude hacerlo. Contuve la mirada en sus labios. Sabiendo que no eran los únicos que deseaba besar. Josh dejando la mirada en la nada me dirigió unas palabras.
—Me voy a ir a Noruega.—le miré, no pude contener una triste sonrisa. Pensando que me llevaría con él.—Hace unos días me ofrecieron un trabajo, y no quiero vivir para siempre aquí.—confirmó, no muy entusiasmado.
—Es fantástico.—añadí, rocé sus manos con las mías.—¿Cuándo te vas?
—No lo he confirmado.—respondió nada más percibir mi pregunta.—Pero.—bufó y negó con el rostro.
—¿Qué ocurre?—pregunté, me senté a su vera y suspiré.
—¿No lo entiendes, verdad?—arrugué el rostro, al decirme esas palabras me confirmó lo que ocurriría.—Andy, tú no puedes venir.—mostró una diminuta triste sonrisa.—No es que no puedas, no quiero.—dijo aún más convencido. Cerré los ojos, tan fuertes que noté como mis pestañas se humedecían.—Lo siento,—oí como si fuera el eco de su voz, como si estuviera a kilómetros de mi oído.—Sé que no podrás olvidar a Charlie.—comentó entre risas.—Le quieres, incluso.—hizo una pausa, le costaba más hablar.—me he planteado que le puedes llegar a amar.—Se me estaba cerrando el corazón, y la garganta me empezaba a fallar. Quise decir tantas cosas, pero decidí seguir escuchando.—Yo aquí soy un estorbo. Lo he entendido todo a lo largo de estos años. Me enamoré de ti tan solo conocerte, solo era un crío. Pero ahora, siendo un adulto, me doy cuenta de que este no es mi lugar. Dentro de unas semanas me iré, cogeré un avión.—Me llevé las manos al rostro, intentado asimilar cada palabra, cada vocal que salía de sus labios.—No quiero mantener contacto con ninguno. Puede que alguna vez os llame, pero no está seguro.—sonrió.—Quiero desaparecer un tiempo, y darme cuenta, de que si me sigues queriendo, me esperarás.—paró en seco. Dejando un largo silencio, esperando a que alguna palabra saliera de mis cuerdas vocales, pero seguía paralizada, tanto, que no pestañeaba.—Sé que no lo harás. Seguirás enamorada de Charlie, y estarás siempre con él. Aunque Alice esté de por medio, te entrometerás, te conozco muy bien.—ladeó la cabeza.—sé que eres demasiado fuerte y tozuda.—rió.—Lucha por lo que quieres. Sé más fuerte de lo que fui yo.
Bajo unos copos de nieve..
Miraba el reloj nervioso. No podía seguir mintiendo a Alice, y dentro de unos minutos, me tendría que ir a buscar a Renee. No podía seguir con esta mentira. Miré sus ojos azules, sus labios estaban tan fríos que me quemaban al besarme. Estaba confuso, tanto que no sabía en que estaba pensando. La sostuve entre mis brazos, encajando mi barbilla en su hombro.—¿Tienes frío?—le sugerí. Negó con el rostro, haciendo que nuestras mejillas se chocaran. Noté como se me erizaba el vello de la nuca. Produciéndome un leve escalofrío. En el fondo, Alice me había hecho cambiar. Ya no era la misma persona de siempre, que robaba para darse caprichos. Ahora, ella era mi única necesidad.
—Ojalá pudiera congelar este momento.—musitó, mientras un copo de nieve caía en su pelo. Le mordí la oreja, tan alegre que rió.—¿No podemos quedarnos así siempre?—siguió hablando, pero dejé de prestarla atención. Rodeaba su torso con mis manos. Atrapando esa pequeña figura en mi cuerpo. Mi temperatura subía con cada minuto que pasaba abrazándola. Miré sus muñecas. Tan finas como siempre, pero con una gran marca en la radial.  Me estremeció recordar esa situación. Volví a mirar el reloj. Las doce y veinte. ¿Habíamos pasado tanto tiempo afuera? Me moví, intentando que Alice se diera cuenta de que quería levantarme. Y un golpe de frío brotó en los pulmones.
—Alice, ves a casa.—comenté en su oído.
—¿Ves?—sonrió.—¿No vienes tú?Tenía que inventarme algo, improvisar, decirle cualquier escusa, escabullirme un par de horas. Piensa Charlie piensa.
—Eh..—vocalicé, no se me ocurría nada.—No, luego voy yo.—Bingo, ya tenía una cuartada.—Voy a ir a la comisaria, tengo que arreglar unos papeles.
—De acuerdo.—sonreí a mi victoria.—No tardes.—Se elevó unos centímetros para ponerse a la altura de mi rostro, dejando caer sus labios en los míos.
Bajo los mismos copos de nieve..
No estuve muy segura de sus palabras. Pero no le volvería a seguir, no tendría que parecer una obsesionada. Tenía que dejar de comerme la cabeza, dejar de pensar por un instante. Me paré en el toldo de la casa. Esperando a que algún noruego me abriese.
—¡Alice! ¡Pasa!—exclamó uno de ellos. No me sabía ningún nombre, pero parecía que a mi me conocían todos. Pocos sabían inglés, y si lo sabían, no era muy fluido.—¡Te estaba esperando!
—¿A mi?—cuestioné. Intenté decir pocas palabras, la mayoría no las entendería.
—Sí.—me señaló. Sonreí.—Ralph ha estado nombrando..—paró en seco. Miró al resto y gesticuló unas palabras.
—¿Número?—dí como opción. Negó y se volvió a girar. Miré a sus amigos. Me reí por la situación.—¿Nombre?—volvió a mirarme a los ojos, acerté.—¿Nombre?—repetí.
—Sí. Nombre.—dijo despacio. Vocalizando cada letra.
Afirmé y le rocé el hombro, agradeciéndole que me abriera la puerta. Al fin y al cabo, no eran tan malos como la gente los pintaban. Todos tenían sus historias, noches las pasaba escuchándolas, traducidas por Ralph o Josh. Andy, me acompañaba, ofreciendo cobijo, y Charlie. Charlie estaba desaparecido.
Giré. Me volvieron a gritar y sonrieron. Unos cuantos se enrojecieron y otros se daban golpes. Mostré una sonrisa y seguí caminando, hasta llegar a su puerta. La habitación en la que había pasado tardes, tantas, que no tenía tiempo para contarlas. Agité mi puño, mientras gritaba su nombre.
En esa misma habitación..
—¡¿Qué?!—grité. La grité sin ver que había al otro lado de la puerta. Sin saber quién me reclamaba y nombraba mi nombre. Mi furia se fue por la boca. Después, miré sus ojos. Clavados en los míos. Podría ser mi imaginación, pero mostraba tristeza, o a lo mejor era mi reflejo. Me limpié la sangre de los nudillos en la camiseta. Manchándome aún más.—Pasa.—giré la cabeza, ofreciéndole pasar.
—Ralph..—dudé, por un momento dudé que estaba aquí conmigo.—me han dicho que gritabas mi nombre.—observaba su respiración, no me podía contener en perderme en ella.—Y pensé pasarme, a ver que estabas haciendo.—paró y volvió a ver mis heridas. Las escondí y sonreí.
—Practicando.—no pude ser más ingenioso, y fue el primer verbo que le surgió a mi mente. «Practico como poder amarte, hacer que te des cuenta de que estoy aquí delante, esperándote..» pensé. Ojalá lo hubiera dicho.—Y lo de tu nombre..—y ahí, mi mente se quedó más en blanco que la nieve. Que estaba cayendo en estos instantes.—Si, siéntate.—tartamudeé. Señalé una silla, pero decidió tumbarse en el suelo. Dejó caer las prendas que lucía su cuerpo. Bufandas, abrigos. Hasta quedarse en un simple camisón azul.—¿Quieres algo?—pregunté. Tenía la sensación de que solo hablaba yo. ¿No? Me estaba volviendo loco, no podía dejar de hablar, de pensar. De observar sus labios. Su pálida piel. Notaba el corazón en el cuello.
—¿Me sirves algo calientito, por favor?—sonrió. Un puñal se me clavó en la espalda. Recordando que no era mía. Que no era la razón de su sonrisa.
—Claro,—dije, no tenía otra opción.—ahora mismo, princesa.—me llevé las manos al cuello. Mordiéndome los labios, hasta hacerme sangre.
—Eres un animal.—se colocó de rodillas, hasta alcanzarme.—Ven, acércate.—obedecí como un fiel esclavo a su reina, acercándome más de lo que pude desear. Mi corazón no latía, o lo hacía tan rápido que no podía diferenciar cuando enviaba sangre al resto del cuerpo, que en estos momentos, sería a las mejillas.—Te has hecho sangre en los labios.—hizo una mueca y sonrió.—¿te importa?—alzó su dedo, mientras se mordía el labio al sonreír. Se me empañó la vista. Negué con la cabeza, si moviera cualquier otra parte del cuerpo, no me haría responsable de mis actos e iría a sus labios. Pasó el indice y el pulgar por mi rostro, mientras me quitaba la sangre que fluía con rapidez. Agarré su cintura, al notar que se tambaleaba al limpiarme.—Explícame, ¿por qué tienes heridas en los puños?—preguntó.—¿Te has peleado con alguien?—Me había peleado conmigo mismo, una lucha entre mi corazón y yo.—Es imposible.—sonrió mientras agitaba la cabeza.—Eres un amor, a nadie le tienes que caer mal.—hundí los dedos en su piel, notando el calor que desprendía. Ella, no se daba cuenta. Mejor, supuse. 
—No.—me digné a hablar. Seguía mirando sus labios. Deseando que colapsaran con los míos. Que hubiera un ligero rozamiento. «Cualquier cosa» pensé. Me bastaba cualquiera, no podía conformarme con tenerla tan cerca.—Ha sido..—dudé.—algo muy extraño. Prefiero no recordarlo.—sonreí.—Por favor.
—Vale. ¡Terminé!—exclamó. Sin darme cuenta había desaparecido toda la sangre. Ese momento había desvanecido mientras estaba en mis pensamientos. En otra parte.
—¿Y tú?—arrugué la frente.—¿de dónde vienes?
—Estaba con Charlie.—Sabía perfectamente que estaba con él, pero me torturaba recordándolo.
—No te merece.—la interrumpí.
—¿Quién?—preguntó, la agarré con más fuerza, pero a la vez más suave. No sabía que decir, no sabía por qué estaba diciendo eso. La amaba, en eso no había duda. Pero ella amaba a otro, ¿no? «Venga Ralph, declara, ¡declara tu amor!» me exigí y pensé. Di miles de vueltas. «Uno, dos, tres, cuarto, siete, veinticinco, cien, tres mil.» No sabía ni contar en estos momentos, me estaba volviendo imbécil.
—Él, Charlie.—la miré, extrañada de su respuesta se soltó de mis brazos.
—No, no te entiendo.—tartamudeó.—Ralph, ¿qué ocurre?—me planteé inventarme cualquier historia, y por fin, sería mía, ¿verdad?—Dímelo, sea lo que sea.—No estaría bien visto. Pero en estos momentos mi cabeza no controlaba mis impulsos ni mis decisiones. Estaba tan seria que me aproximé a sus labios. No se apartó. 
—Alice Flint, que, que..—tartamudeé.— que yo te amo.

sábado, 2 de junio de 2012

~Capítulo veintiuno.

Me resguardé del frío con los antebrazos. Salí de la casa sin que nadie notara mi ausencia. O eso pensé. Aunque ya sabía que nadie se daría cuenta. Empecé a oír otros pasos a mi espalda. Notaba como la nieve congelaba cada dedo del pie. Y el contacto con la piel hiciera que se derretía en segundos. El frío calaba cada centímetro de mi cuerpo. Me cubrí el pelo con el gorro, al ver que pequeñas gotas de agua se deslizaban por cada mechón. Me cubrí los ojos con el pelo rojizo que adornaba mi rostro y observé quién imitaba mis pasos, intentando que no se notara su presencia. Abrí los ojos.—¿Alice?—sugerí al ver su rostro entre bufandas. Me paré en seco, para poder estar más cerca de ella. No entendía que hacía aquí. Tampoco sabía por qué había salido yo.—¿Me estás siguiendo?—planteé y sonreí. 
—La verdad.—suspiró. Escondí las manos en los bolsillos.—Sí. Siempre desapareces.—admitió cabizbaja. 
—Suelo desaparecer por la tarde.—comenté chistoso.—Ahora, solo quería pasear. Estar solo.—reconocí. Sus labios mostraban un color rojizo como el cobre, a causa del frío. Parte de mi cuerpo querría que colapsaran con los míos, fundiéndose, convirtiéndolos en uno.
—Pero, has estado solo toda la noche.—añadió.—¿Quieres estarlo más tiempo?
—Hombre—sonreí victorioso, ella sola había sacado el tema.gracias por recordarlo.—suspiré cansado de sus palabras.—Así, por lo menos me acostumbro para cuando te vayas a Francia, ¿verdad?—comenté. Noté como sus ojos se encharcaban, pero con el frío apenas podría soltar una lágrima. No entendía su reacción, era la verdad. Se iba a ir.
—¿Te lo ha dicho Ralph?—preguntó nerviosa, mientras dejaba mostrar su rostro apenado.
—Lo dijiste tú.—me quité el pelo del rostro y formé un silencio de apenas unos segundos, que parecieron ser años.—Ayer.—rectifiqué,—mejor esta madrugada, fui a la habitación. A disculparme.—balanceé los brazos, como un niño pequeño.—Y sin darme cuenta, noté como de tus labios salían: ''Me iré a Francia''—imité, no muy convincente mi actuación. Sabía mentir, pero no poner otras voces. Intenté quitarme los pensamientos que pasaban por mi mente. Las miles de voces que hacían que me empezara a doler la cabeza.—¿Sería mi conciencia?—musité. Apenas fue imperceptible, y vi como Alice suspiraba y se cubría aún más con las bufandas. Dejó de mirarme. Y yo, aunque me costase admitirlo, también dejé de mirar. Caminé confuso, como si me costase levantar cada pie del suelo y luego, volverlo a plantar en la nieve. Hundirlo en el frío ambiente que me rodeaba. Oscilarían unos -2ºC y la presencia de Alice, hizo que mi pulso bajase a la misma velocidad. Mi respiración cada vez era menos contaste, perdía calor con cada suspiro, que acababa siendo una nube de vapor.—¿Hago bien?—me pregunté a mi mismo mientras frotaba ambas manos. Hasta que sentí una cálida ráfaga de calor. 
—Hace mucho frío,—comentó.—Vuelve a la habitación.—sonrió. Me congelé por dentro al verla tan cerca de mi rostro. Tan sonriente, tan risueña. Como si no hubiera pasado nada.
—¿Cuál?—pregunté.—¿A la nuestra o, a la de Ralph?—continué y le miré ingenuo. Sabía que la pregunta la dejaría confusa, y así fue, como si fuera adivino me imaginé como reaccionaría y no cambió nada. Era tan transparente, tan sincera. Gruñó.
—Bueno,—sonrió, siguiéndome el juego. Cuál me gusto.—Donde te sientas más cómodo.—volvió a sonreírme y dejó soltar una carcajada. Me eché a reír.
—Prefiero estar aquí.—sugerí, mientras me frotaba las orejas.—Tengo que acostumbrarme a este frío. Dicen que va a ser el invierno más frío de años.—seguido me froté la nariz, notaba que se me erizaba la piel.
—Estamos en otoño.—alcé los hombros. Su murmullo fue como un grito, en aquellas calles solitarias de Irlanda. 
—Entonces,—hice una pausa y me aclaré la voz.—No quiero imaginarme como será cuando sea invierno.—solté. En mi vida, nunca había estaciones, pasé mucho tiempo en Noruega, y me acostumbré que el frío y la oscuridad se relacionara con el invierno, aunque fuera cualquier otra estación. Observé su rostro, pestañeaba a cada palabra que salía de mis labios. Y no dejaba de prestar atención a cada movimiento que daba, como si le fuera la vida en ello. Ella, estaba cubierta por abrigos, uno era mío, no quise imaginar como había dado con ello y sonreí sin decir palabra.—Estás preciosa.—susurré al cuello de mi abrigo. 
—Gracias.—me estremecí al recordar el sentimiento al fijarme en sus labios, cuales ahora brillaban de una forma más intensa, más deseable. Me perdí en su mirada, o eso vi al notar que no podía hablar. —Charlie,—añadió. No supe que decir, me había quedado pasmado como un estúpido por la forma que acababa de decir mi nombre. En la forma en que los labios se habían movido para formar las vocales. El timbre de su preciosa voz, que resonaba en mi mente como una melodía.—Vayámonos a casa.
En un lugar no muy lejano..
Le miraba, aunque sabía que él no quería saber nada de mi. De mis pensamientos, de mis acciones. Paseaba mi dedo por la palma de su mano, intentando que dejara de mirar esos libros y clavara sus ojos en los míos, con la esperanza de aclarar las cosas. —Josh,—musité cansada, tirada en el suelo. Mirando al techo.—¿Puedes dejar de leer?—inútil, esa fue la palabra de mi intento a que me hiciera caso. Observé mi reflejo en la ventana, poco a poco el cielo empezaba a cambiar de color y presentaba un rosa palo entre las nubes, que se dejaban ver. Yo, mientras, tenía unas pintas horribles, ojeras, pálida.—Normal que no me quisiera mirar.—comenté en lo más profundo de mi mente. Volví a mirarle. Nada, parecía que aquellos libros eran más interesantes que su novia.—¡Josh!—exclamé acompañado de una carcajada. Me miró. Dejó caer los párpados, como si les pesaran demasiado para contener una mirada conmigo.—Estoy aquí,—comenté.—¿Lo sabías?—respiré. Volví a mirar el techo, tan blanco como siempre.
—Claro que lo sé.—respondió a mi pregunta. Le miré, por fin se dignaba a hablarme.—Llevas dos horas dándome el coñazo.—contestó. No muy agradable a su respuesta retorcí el morro. Arrugó la frente y suspiró, intentando buscar sus labios con los míos.
—No.—le rechacé y volvió a sus estudios.—¿Desde cuándo estudias?—pregunté. Pocas veces le veía con libros, y menos tan voluminosos.
—Desde siempre.—respondió seco como un desierto.—Antes de que mis padres me abandonaran, ¿recuerdas?—dijo irónico y molesto. Me limité a no contestar, ya que sabía que no había terminado.—¡Ah, no!—sobresaltó.—Estabas muy ocupado observando a Charlie, como si fuera un monumento.—deseé que fuera sorda en esos momentos, y que no hubiera escuchado esas palabras.
—Exageras.—confirmé, intentando disimular el dolor punzante que sentía entre pulmón y pulmón.
—Deberías haberlo visto desde mis ojos.—cerró los libros y los tiró a un rincón de la cama.—Ver cada mirada y sonrisa que le dedicabas.—me faltaban segundos para llorar, pero me contenía, intentando ser fuerte.—Con cada suspiro que daba para ti era un mundo.—siguió, sus palabras cada vez más serias y duras.—Recuerdo cada palabra, cada momento, como si lo volviera a vivir.—continuó.—Y sé que va a volver a pasar, que esto no ha cambiado. Sigues enamorada de él.—terminó. Maldigo el momento en el que decidí abrir la bocaza que mostraba mi cara. Era estúpida. Podría estar tumbada en el suelo, mientras él estudiaba. Pero no. Decidí hablar.
—Lo, lo siento.—tartamudeé. Me quité el pelo de la cara.—Pero,—suspiré nerviosa de mis palabras.—Estás equivocado.—mentí, en lo más hondo de mi corazón volví a mentirme, me quería engañar a mi misma, a mis palabras, a mis sentimientos. No quería vivir esa situación.
—Sé que mientes.—añadió.—No me creas tan ingenuo Andy, nos conocemos.—dejó de mirarme y se dejó caer en la cama, chocando su espalda contra la pared, mientras me observaba tirada en el suelo.—Prefiero saber la verdad que vivir en una mentira.—dos, tres segundos faltaban para que mi corazón saliera de sus órbitas. 
—Pero, entonces,—hice pausas a cada una de mis palabras, no tenía ordenadas mis ideas y temía en cometer más errores de los hechos.—¿por qué decidiste estar conmigo, sabiendo la verdad?—temí a mi pregunta, tanto que dejé de respirar por unos instantes y aprecié como una humeante lágrima recorría una de mis mejillas. 
—Porque te quiero, así de simple.—musitó. Lo que fue una lágrima terminó cayendo en el contorno de mis labios. Que fue desapareciendo al dejar caer sus labios en los míos. Expresando miles de sensaciones, pero,  solo las sintió él. O eso pensé. Se separó y volví a mis andenes de dudas.—Te quiero Andy. Pero no quiero vivir en una mentira.

domingo, 20 de mayo de 2012

~Capítulo veinte.

El silencio de mi cuarto era demasiado abrumador, vacío. Caminar solo por la nieve me hizo pensar. La farsa que tenía con Alice no dudaría eternamente. Al fin y al cabo, descubriría quien soy, y lo que siento realmente por ella. Miré por la ventana y me llevé la manta al cuello. El frío empezaba a helar mis entrañas. Cerré los ojos.—¿Ralph?—mi nombre fue acompañado con unos pequeños golpes en la puerta. Miré el reloj. Las doce y cinco. Fui tambaleándome hasta la puerta, no tuve mucha prisa por contestar.
—Es un poco.—me callé. El rostro de Alice esperaba enfrente de mi habitación, con los ojos llenos de lágrimas, pero ninguna derramada.—Pasa.—me eché a un lado y le di la manta que llevaba en los hombros. Estaba pálida. Y yo, por un momento, empecé a sentir calor.
—Lo siento.—sonrió y pasó dejando los zapatos por el camino, como si estuviera en su propia casa. Mi corazón se encogía por cada suspiro que daba y sufría un golpe de calor cuando me dirigía una sonrisa.—Es un poco tarde, y no sé, no sabía que hacer.—me miró y sonrió.
—No, no importa.—su agradable estancia hizo que la habitación dejase de parecer la soledad.—¿Tienes hambre o algo?—Me acerqué a la mesilla de noche, donde me esperaba un humeante café. Tomé un sorbo. Una parte de mi quería mantenerse despierto toda la noche.
—Si insistes.—clavó sus ojos azules en los míos y se llevó el pelo detrás de la oreja. ¿Había sido coincidencia conocerla y que fuera a vivir aquí? Antes, para ella no existía, y ahora, en estos momentos, socorría en momentos de angustia. Sonreí por dentro y dejé mis pensamientos aparte. Empezó a hablar.—¿Tú crees que hago bien?—arrugué el rostro y me senté a su lado en el suelo. No la entendía.—Me refiero,—rió.—estando aquí, ¿hago bien?—Sin poder evitarlo me salió una sonrisa tonta en la cara. Demasiado estúpida para ser un chico. Su estancia aquí, en esta casa, había sido lo mejor en muchos años.
—Pues.—no sabía si darle mi opinión y volví a tomar un trago. Le ofrecí del mismo vaso.—Eso no lo puedo saber yo. ¿Tú estás cómoda aquí?—Se llevo el filo del vaso a los labios y se los manchó de café. Me reí por no soltar alguna barbaridad.
—Sí, sois buena gente, me habéis aceptado.—sonrió, mostrándome su radiante sonrisa. Parte de mi cuerpo empezaba a temblar, me froté el pelo, despeinándome un poco.—Que pintas tienes.—elevé una pequeña sonrisa y me miré en el espejo de atrás.—Trae, que te arreglo un poco.—Pasó sus dedos por mi pelo, enredándose en él. Estaba muy cerca, demasiado. Podía apreciar el calor que liberaba su piel, podía contar cada una de sus pestañas. Pude hacer muchas cosas, pero no me atreví a acercarme a sus labios. 
Bajo los copos de nieve...
Caminaba torpemente a su lado. Miré a Josh y no mostraba ningún estado de ánimo. Y si tenía, seguramente sería de rencor. Charlie se había llevado el coche, sabiendo que era de él. Marcaba por la nieve mis pisadas, jugando como una niña pequeña. Me gustaba sentirme así, aunque tuviera dieciocho años.—Habéis estado muy bien en el concierto.—le sonreí. Bien no era la palabra, sino regular. Se puso la capucha y siguió su camino en silencio. Le imité e intenté entrelazar nuestros dedos.—¿Ocurre algo?—paró en seco y me asusté. Sus pequeños ojos escondían algo. Pero dejé de pensar al ver que caían sus labios en los míos.
—Estás cabreado, te conozco.—le solté mientras dejaba mis manos en su pecho. Tenía la respiración entre cortada, y sus labios estaban fríos como el hielo.—Cuéntamelo Josh.—le exigí con una sonrisa.
—Vale.—admitió.—No me parece bien que Charlie controle la vida de Alice. No es una niña, ella también puede pensar.—Me hubiera gustado darle la razón, pero estaba con el pelirrojo. Alice no era muy consciente de sus acciones y necesitaba ayuda.—Vale.—le miré.—Sé en que piensas, ¿me equivoco verdad?—se alejó de mis manos y empezó a caminar, dejándome por el camino.
—No, Josh, en parte tienes razón.—le alcancé con unas cuantas zancadas y cogí su ritmo al andar. Apretaba los labios.—Josh, pero solo tiene dieciséis años.
—Va a cumplir diecisiete.—bajé la mirada y retorcí el morro.
—Vale, me da igual, pero es una niña.—introduje las manos en los bolsillos, empezaba a tener bastante frío. Intenté adivinar que pensaba Josh.—No te enfades por esto, tú no tienes la culpa.—le dije mientras cubría con el gorro mis orejas.
—Siempre tienes.—dejó de hablar y me sonrió. No fue una sonrisa bastante sincera, ni humilde, volví a mi anterior hipótesis, escondía algo.—Tienes.—suspiró y dejé de mirarle.
—Si no quieres hablar de este tema, no lo hagas.—me llevé las yemas de los dedos al rostro, intentando quitarme alguna gota de agua que se había cruzado por mi pómulo.
—Has empezado tú.—dio un golpe a una piedra y dejó de mirarme.
—Solo me he preocupado por ti.—suspiré, el camino a pie se me estaba haciendo eterno. Dejé la mente en blanco como la nieve. Y llevé mi mirada hacia la Luna, tan redonda y reluciente como de costumbre. Siempre tan sola y tan fuerte.—Querría ser como ella.—murmuré al cuello de mi sudadera.
—Siempre le das la razón a Charlie.—le miré confusa. Podría a ver roto el silencio de otra manera, pero decidió hacerlo así.—Siempre estás de su parte.—seguí sin hablar, apenas le mirada, porque en el fondo, sabía que era verdad.
—Yo solo digo qué.—me interrumpió.
—Sigues sintiendo algo por él.—llevó la mirada al suelo y se resguardó del frío cubriéndose entre sus brazos.
—Eso fue en otra vida, ahora, la quiero contigo.—no dije muy segura.
—No me lo has negado.—En lo más oscuro de la calle encontramos una luz, en aquella ventana donde se podía ver el cuarto de Charlie. Intenté que mi garganta soltara algún sonido, diciéndole que no quería a Charlie, pero lo único que hacia era mover los labios. Paralizada, caminé sin ningún apuro, dándome cuenta de que todas las vías del cerebro se habían colapsado por las del corazón.
Entre cuatro paredes..
Seguíamos tan cerca como antes, solamente que él miraba al suelo. ¿Por qué no me miraba a los ojos? Mi pregunta pasó al olvido después de observar por la ventana.—Me encanta el otoño.—le dije a Ralph mientras me alejaba de su rostro. No me contestó y siguió mirando al suelo.
Pensé en Charlie, se encontraba apenas a unos metros de mi y tenía la sensación de tenerle a kilómetros. Intenté apartar ese pensamiento.—Es imposible.—dije entre dientes. Me levanté dejando la taza de café en el suelo. Me dispuse hacia el armario de Ralph.—¿Son tus amigos?
—Amigos, conocidos, los de aquí.—Me respondió muy seco. Caminé cantando una canción, la misma que había escuchado en el coche hace un momento, con Charlie.
—¡Dichosa canción!—volví a decir, pero en este caso, un poco más alto. Me di la vuelta y vi que Ralph sostenía una foto entre sus manos. Me acerqué a paso ligero y le miré curiosa.—¿La puedo ver?
—No, es más.—negó con la cabeza antes de terminar la frase.—Prefiero no enseñártela.—soltó así. Por lo menos fue sincero. No me resistí mucho más y volví hacia la puerta, con la duda de irme.
A poco metros de Alice..
Mantuve la mirada perdida en la foto. Ahora, estaba un poco más delgada y tenía las puntas algo abiertas. Pero seguía igual de precisa. Me extrañó que no insistiera en verla, también me extrañaron mis propios actos, dejarla ahí, al intemperie.—Cada vez soy más estúpido.—dije en un suspiro. Miré su figura desde el suelo. Como elevaba los pies para dar cada paso, curiosa por su alrededor. Intenté no parpadear, para no perderme cada movimiento de su cuerpo. Miré el reloj. La una de la mañana, y aún, no sabía el por qué de su visita. Intenté hablar, pero me tragué las palabras al ver que me estaba mirando.
—Sabes que veré la foto tarde o temprano.—volvió a sonreír y achicó sus ojos forzando la vista. No lograría verla, entonces, la doblé y guardé en el bolsillo trasero del pantalón.
—Pues entonces, espero que sea tarde.—dije mientras me incorporaba y sentaba en la cama.—Todavía no me has contado porque estás aquí.
—¿Quieres que me vaya?—añadió. Sonrió acto seguido y cambió de expresión.—Charlie y yo.—No quise imaginar que sería el resto. Pero era tan imbécil que me creé mi propio sueño mientras ella hablaba.—No estoy segura de hacer bien aquí. Sinceramente,—suspiró.—no sé que hago aquí. Tengo familia en Francia, y he estado pensando en.—no acabó la frase y me miró.
—No, por favor, no te vayas. Para Charlie eres todo, eres el Sol que alumbra sus mañanas, y la Luna que le deja caminar por la noche. Eres y serás siempre lo que más le importa en este mundo.—acabé sonriendo por mis propias palabras. Dije lo que pensaba, lo que hacía que ella fuera especial para mi. Pero sustituí mi nombre por Charlie, ya que en el fondo yo nunca sería su héroe, su príncipe azul.
Al otro lado de la pared..
Me encontraba enfrente de la habitación de Ralph, sabía que estaría con ella. Apenas había roce entre mis nudillos y la puerta. Apenas tenía aliento para hablar. Apenas tenía palabras que decir. Miré a ambos lados del pasillo. Quise apreciar las palabras que decían, y sin darme cuenta escuché con detalle la conversación.—Irme a Francia.—Apoyé la cara en la puerta, me destrozaba por dentro. Gemí sin hacer ruido y me quité el pelo de la cara. Salí de mi habitación con un propósito. Salí de mi habitación con el propósito de responderla a su pregunta, de decirla que la quería. Pero, si se quería ir, no la retendría.

martes, 15 de mayo de 2012

~Capítulo diecinueve.

La miraba de tal forma que podía saber que estaba pensando. Yo, mientras estaba sereno, manteniendo la compostura. Apenas las diferenciaba por la luz. Luz y oscuridad se mezclaban continuamente y solo las veía hablando e intercambiando alguna que otra sonrisa. Miré a Ralph, no estaba sorprendido, y la verdad, yo tampoco. No me gustaba que estuviera con ella. Me froté el pelo y suspiré hondo. Me acerqué, ignorando lo que estaba pasando, ignorando lo que sabía, ignorando ese sentimiento tan distinto que sentía por ambas.
Mientras tanto..
Su pelo rubio era lo único que veía en estos momentos, la oscuridad parecía ser tan eterna y solo apreciaba su voz. Mis piernas empezaban a fallar por el cansancio, y veía algo borroso, pero no lo tomé muy en cuenta.
—Alice.—sonrió.—Pensé que habías desaparecido.—Se me hizo un nudo en la garganta. Conociéndola me haría un interrogatorio, preguntas y más preguntas.—¿Dónde has estado?—Me agarró del brazo y una luz filtró el poco espacio que había entre nosotras. Vi que le temblaba el labio inferior. Ese recuerdo, demasiado familiar. Era un síntoma de que mentía. En este caso me estaba mintiendo.—¿Piensas decir algo?—le mostré una sonrisa bastante forzada, y al fin, decidí hablar.
—Sí, estoy aquí, de fiesta.—solté. Fue lo primero que se me pasó por la cabeza. Hice varias pausas entre palabra y palabra. Debería decirle algo más inteligente, una escusa, una razón, pero, era demasiado ilusa y no sabía como salir de esta situación.—Divirtiéndome un poco.—no quise sacar el tema de los titulares y el periódico.
—Ya lo veo.—acompañó con una carcajada y se llevó la boquilla de la cerveza a los labios.
—Sí.—sonreí.
—Bueno, ¿y qué haces? ¿Trabajas sin el permiso de tu padre o algo?—intenté asentir, pero era algo lógico, en esta edad nos hartábamos a la mínima y lo típico era huir. Pero en mi caso, no fue por una chiquillada, un enfado tonto, o eso pensaba. Cuando decidí responder a su pregunta, habiendo un margen de unos escasos minutos causados por mis pensamientos, noté el contacto de mi piel con una más cálida que la mía. Luego, fue hacia mi cintura.
Unos minutos antes..
Por fin me dispuse a caminar, Renee me divisó antes y daba cada paso con miedo. Mi conciencia se estaba riendo de mi, ¿miedo? ¿A una chica? Cada vez mis actos me parecían más patéticos y me avergonzaba de mi mismo. Reflexioné unos instantes en el camino, y llegué a una conclusión. Mis dudas se aclararon más cuando rocé mis dedos con los suyos, y dejando caer una de mis manos en su cintura. No querría perder a a Alice.
Encajé mi barbilla en su hombro, sufriendo la mirada de Renee en cada uno de mis movimientos. Acerqué mis labios a su oído, aprecié como los pelos de su nuca se erizaban. Sonreí.
—¿Quién es?—dije en un murmullo, apenas apreciable. No me respondió, pero no me importaba, aquella chica me miraba con rabia en sus ojos, y a la vez despertaba tentación.—Alice.—volví a decir.
Se dio la vuelta y rozó sus labios con los míos. Llevé una de mis manos a su barbilla, dirigiendo aquel beso. Pero, uno de mis ojos estaba pendiente de Renee, ¿qué estaba haciendo? Miraba aquellos ojos con calma, mientras la otra parte de mi cuerpo estaba pendiente de Alice. De la persona de la que en estos momentos estaba.. enamorado, ¿verdad?
—Alice, presentarme a tu novio—exigió. Vi como se dirigía a mi rostro con cierta alegría.—Soy Renee.—Me aparté apenas unos centímetros y lo que iban a ser dos besos acabaron en un susurro.—Bonita actuación.—se apartó y elevó una sonrisa.
—Él es Charlie.—soltó Alice al ver que ella ya se había presentado. Y yo, bueno, no tenía palabras. Ralph se acercó a mis espaldas y me sorprendió la reacción de Renee.
—Hola Ralph.—añadió aquella chica rubia. Miré a Ralph, ¿la conoce? ¿Cómo sabía su nombre? Noté como Alice se hacía las mismas preguntas.
—¿La conoces?—le susurré a Ralph. Mi rostro mostraba asombro.
—¿La conoces?—soltó Alice unas milésimas de segundo de diferencia a mis palabras . La misma pregunta, la misma expresión.  Puede que fuera un error, pero decidí actuar.
—Encantada Renee.—mis actuaciones mejoraban con el tiempo, aunque no me gustaba mentir.—Alice vayámonos.—La agarré de la cintura, pero impidió mi paso.
—¿Irnos? ¿Por qué?—Frunció el ceño y soltó mi mano. Suspiré. Miré al techo y volví a suspirar. 
—Luego te lo explico, vayámonos.—No sabía que decirla, en cierto modo, quería irme para no tener que sufrir a Renee, ya tenía suficiente con verla casi todos los días. La verdad, me estaba acostumbrado.
—No, yo no me quiero ir.—respondió firme como una estatua. Ladeé la cabeza y posé la vista el Ralph, aún seguía intacto después de la pregunta que le hicimos, cual no contestó. Estaba blanco como la leche, incluso más sorprendido que nosotros.
—Alice, por favor.—le supliqué. Podría irme, y dejarla allí, no le pasaría nada. Pero, no quería. La volví a coger de la mano, haciendo algo de presión.
—No. No quiero irme.—me volvió a repetir. Ya no sabía que decirla, sería capaz de hacer un número ahí, delaten de todos. La veía distinta. O, a lo mejor era yo, el que estaba cambiando. Me soltó de la mano y de sus labios salió una frase.—Me recuerdas a mi padre.
Aquellas palabras me hicieron más daño de lo que ella pensó. Me introduje entre la gente. Manos, brazos, piernas, de todo se cruzaba por mi camino. Di un portazo al salir. Me paré unos instantes.—¿Qué estoy haciendo?—Llevé mis manos a los bolsillos, buscando las llaves del coche y al final di con ellas.—Luego, debería arreglarlo.—me comenté a mi mismo, pero tenía tanto orgullo que dudaba que lo hiciera ahora. Me froté las manos intentando entrar en calor. Caminé hundiéndome en una fina capa de nieve que rodeaba el local. Me introduje en el coche y puse la radio. Won't Go Home Without you de Maroon 5 resonaba en mis oídos. Esa canción expresaba demasiado sentimiento.—Podría cantarla, me sé la letra.—Andy siempre la ponía.—Hostia.—dije en voz alta.—¡Andy y Josh!—me froté los ojos. Bueno, no pasaba nada, se tenían uno al otro. No pasó muchos minutos desde que empecé a hablar solo, hasta que vi que alguien daba un portazo sentándose en el copiloto.
No dijimos nada en el camino, bueno, mejor dicho, yo no dije nada. Ella hablaba entre dientes, no la entendía, hablaba en francés. Arranqué el coche y puse la música más alto, para que el silencio que había entre nosotros no fuera tan cargado y agobiante. Pero no sirvió de nada.
Acercó la mano a la radio y la apagó. La miré y vi que tenía clavado su mirada en la mía. Volví a mirar a la carretera y ignoré esos segundos de presión.
—¿Ahora dónde vamos?—apoyó la cabeza en el cristal. Y dejó caer sus manos en el asiento. Estaba preciosa. Era preciosa. La miré sin que se diera cuenta y suspiré hondo.
—A casa.—le dije.—Bueno, a nuestra casa.—le volví a decir. Pocas palabras producía mi garganta, estaba tan pendiente de la carretera que me costaba establecer una conversación. Un semáforo en rojo, perfecto para disculparme.—Bueno, Alice, querría decirte que..
—¿Tú me quieres Charlie?—me tragué las palabras y volví a mirar a la calzada. ¿La quería? Sí, no había duda, pero.—No nos conocemos mucho.—bajó la mirada y suspiró. La imité.
—Para eso estamos, para conocernos.—Cambié de marcha y le regalé una pequeña sonrisa.
Llegamos antes de lo esperado, y no dirigimos ninguna palabra en el camino. Le dí mi abrigo para que se cubriera. Hacía demasiado frío.
—Gracias.—Me miró y lo cogió.—Aunque te vas a congelar.
—Ahora vamos a llegar, no pasa nada.—Estiré los brazos y el cuello. Seguía sintiendo algo de tensión en el cuerpo. Entramos y varios chicos nos saludaron. La miré y abrí la puerta mientras la cerradura chasqueaba. Cedí el paso y entró dejando la ropa en una silla.
—¿Tienes hambre?—añadí a ese silencio.
—No, ¿y tú?—me preguntó mientras se descalzaba y soltaba el pelo.
—Tampoco.
Esa fue la mínima conversación que tuvimos, hasta que ella empezó a hablar.
—Antes no me has respondido.
—¿A qué?—me froté el pelo y dejé el cinturón en la cama.
—A que si me quieres.
Me volví a quedar en blanco, ¿no se lo había dicho? Estaba seguro de que sí.
—Si te lo he dicho.—me negó con la cabeza y se apoyó en la pared.
—Creo que los periódicos tienen algo de razón.—La miré confuso.
—¿A qué te refieres?
—Esto es algo parecido a un secuestro.—Rió chistosa, pero lamentablemente, yo no me lo tomé igual.
—¿Secuestro?—salté.
—Sí, no me diste a elegir.
—¿Enserio?—sonreí.—Bueno, pues si quieres irte con tu padre, puedes.—Me senté en la cama y dejé los zapatos tirados por la habitación. Había cambiado, yo ya no era Charlie Blair. Abrió los ojos y volvió a coger la chaqueta.
—Tengo razón, decidiste tú por mi.—volvió a replicar. Deseaba que esta conversación no hubiera empezado, debería haberla dicho que la quería desde un principio.
—Yo solo quería lo mejor para ti.—suspiré y miré cabizbajo.—Si quieres irte, puedes hacerlo.
Antes de terminar aquella palabra un portazo retumbó entre pared y pared del cuarto. Me llevé las manos a la nuca.—No, no, no.—me dije a mi mismo. Me levanté y empecé a dar vueltas. ¿Por qué le había dicho eso? Miré para todos los rincones, e incluso en el baño. Abrí la puerta y asomé mi cabeza a ambos lados. No estaba. Se había ido. Cerré los ojos y volví a entrar, dejando caer mi peso en la puerta y deslizándome hasta el suelo. No era consciente de lo que estaba pasando. Y aunque no me lo podía creer, el sonido del portazo aún seguía retumbando en mis oídos.