domingo, 20 de mayo de 2012

~Capítulo veinte.

El silencio de mi cuarto era demasiado abrumador, vacío. Caminar solo por la nieve me hizo pensar. La farsa que tenía con Alice no dudaría eternamente. Al fin y al cabo, descubriría quien soy, y lo que siento realmente por ella. Miré por la ventana y me llevé la manta al cuello. El frío empezaba a helar mis entrañas. Cerré los ojos.—¿Ralph?—mi nombre fue acompañado con unos pequeños golpes en la puerta. Miré el reloj. Las doce y cinco. Fui tambaleándome hasta la puerta, no tuve mucha prisa por contestar.
—Es un poco.—me callé. El rostro de Alice esperaba enfrente de mi habitación, con los ojos llenos de lágrimas, pero ninguna derramada.—Pasa.—me eché a un lado y le di la manta que llevaba en los hombros. Estaba pálida. Y yo, por un momento, empecé a sentir calor.
—Lo siento.—sonrió y pasó dejando los zapatos por el camino, como si estuviera en su propia casa. Mi corazón se encogía por cada suspiro que daba y sufría un golpe de calor cuando me dirigía una sonrisa.—Es un poco tarde, y no sé, no sabía que hacer.—me miró y sonrió.
—No, no importa.—su agradable estancia hizo que la habitación dejase de parecer la soledad.—¿Tienes hambre o algo?—Me acerqué a la mesilla de noche, donde me esperaba un humeante café. Tomé un sorbo. Una parte de mi quería mantenerse despierto toda la noche.
—Si insistes.—clavó sus ojos azules en los míos y se llevó el pelo detrás de la oreja. ¿Había sido coincidencia conocerla y que fuera a vivir aquí? Antes, para ella no existía, y ahora, en estos momentos, socorría en momentos de angustia. Sonreí por dentro y dejé mis pensamientos aparte. Empezó a hablar.—¿Tú crees que hago bien?—arrugué el rostro y me senté a su lado en el suelo. No la entendía.—Me refiero,—rió.—estando aquí, ¿hago bien?—Sin poder evitarlo me salió una sonrisa tonta en la cara. Demasiado estúpida para ser un chico. Su estancia aquí, en esta casa, había sido lo mejor en muchos años.
—Pues.—no sabía si darle mi opinión y volví a tomar un trago. Le ofrecí del mismo vaso.—Eso no lo puedo saber yo. ¿Tú estás cómoda aquí?—Se llevo el filo del vaso a los labios y se los manchó de café. Me reí por no soltar alguna barbaridad.
—Sí, sois buena gente, me habéis aceptado.—sonrió, mostrándome su radiante sonrisa. Parte de mi cuerpo empezaba a temblar, me froté el pelo, despeinándome un poco.—Que pintas tienes.—elevé una pequeña sonrisa y me miré en el espejo de atrás.—Trae, que te arreglo un poco.—Pasó sus dedos por mi pelo, enredándose en él. Estaba muy cerca, demasiado. Podía apreciar el calor que liberaba su piel, podía contar cada una de sus pestañas. Pude hacer muchas cosas, pero no me atreví a acercarme a sus labios. 
Bajo los copos de nieve...
Caminaba torpemente a su lado. Miré a Josh y no mostraba ningún estado de ánimo. Y si tenía, seguramente sería de rencor. Charlie se había llevado el coche, sabiendo que era de él. Marcaba por la nieve mis pisadas, jugando como una niña pequeña. Me gustaba sentirme así, aunque tuviera dieciocho años.—Habéis estado muy bien en el concierto.—le sonreí. Bien no era la palabra, sino regular. Se puso la capucha y siguió su camino en silencio. Le imité e intenté entrelazar nuestros dedos.—¿Ocurre algo?—paró en seco y me asusté. Sus pequeños ojos escondían algo. Pero dejé de pensar al ver que caían sus labios en los míos.
—Estás cabreado, te conozco.—le solté mientras dejaba mis manos en su pecho. Tenía la respiración entre cortada, y sus labios estaban fríos como el hielo.—Cuéntamelo Josh.—le exigí con una sonrisa.
—Vale.—admitió.—No me parece bien que Charlie controle la vida de Alice. No es una niña, ella también puede pensar.—Me hubiera gustado darle la razón, pero estaba con el pelirrojo. Alice no era muy consciente de sus acciones y necesitaba ayuda.—Vale.—le miré.—Sé en que piensas, ¿me equivoco verdad?—se alejó de mis manos y empezó a caminar, dejándome por el camino.
—No, Josh, en parte tienes razón.—le alcancé con unas cuantas zancadas y cogí su ritmo al andar. Apretaba los labios.—Josh, pero solo tiene dieciséis años.
—Va a cumplir diecisiete.—bajé la mirada y retorcí el morro.
—Vale, me da igual, pero es una niña.—introduje las manos en los bolsillos, empezaba a tener bastante frío. Intenté adivinar que pensaba Josh.—No te enfades por esto, tú no tienes la culpa.—le dije mientras cubría con el gorro mis orejas.
—Siempre tienes.—dejó de hablar y me sonrió. No fue una sonrisa bastante sincera, ni humilde, volví a mi anterior hipótesis, escondía algo.—Tienes.—suspiró y dejé de mirarle.
—Si no quieres hablar de este tema, no lo hagas.—me llevé las yemas de los dedos al rostro, intentando quitarme alguna gota de agua que se había cruzado por mi pómulo.
—Has empezado tú.—dio un golpe a una piedra y dejó de mirarme.
—Solo me he preocupado por ti.—suspiré, el camino a pie se me estaba haciendo eterno. Dejé la mente en blanco como la nieve. Y llevé mi mirada hacia la Luna, tan redonda y reluciente como de costumbre. Siempre tan sola y tan fuerte.—Querría ser como ella.—murmuré al cuello de mi sudadera.
—Siempre le das la razón a Charlie.—le miré confusa. Podría a ver roto el silencio de otra manera, pero decidió hacerlo así.—Siempre estás de su parte.—seguí sin hablar, apenas le mirada, porque en el fondo, sabía que era verdad.
—Yo solo digo qué.—me interrumpió.
—Sigues sintiendo algo por él.—llevó la mirada al suelo y se resguardó del frío cubriéndose entre sus brazos.
—Eso fue en otra vida, ahora, la quiero contigo.—no dije muy segura.
—No me lo has negado.—En lo más oscuro de la calle encontramos una luz, en aquella ventana donde se podía ver el cuarto de Charlie. Intenté que mi garganta soltara algún sonido, diciéndole que no quería a Charlie, pero lo único que hacia era mover los labios. Paralizada, caminé sin ningún apuro, dándome cuenta de que todas las vías del cerebro se habían colapsado por las del corazón.
Entre cuatro paredes..
Seguíamos tan cerca como antes, solamente que él miraba al suelo. ¿Por qué no me miraba a los ojos? Mi pregunta pasó al olvido después de observar por la ventana.—Me encanta el otoño.—le dije a Ralph mientras me alejaba de su rostro. No me contestó y siguió mirando al suelo.
Pensé en Charlie, se encontraba apenas a unos metros de mi y tenía la sensación de tenerle a kilómetros. Intenté apartar ese pensamiento.—Es imposible.—dije entre dientes. Me levanté dejando la taza de café en el suelo. Me dispuse hacia el armario de Ralph.—¿Son tus amigos?
—Amigos, conocidos, los de aquí.—Me respondió muy seco. Caminé cantando una canción, la misma que había escuchado en el coche hace un momento, con Charlie.
—¡Dichosa canción!—volví a decir, pero en este caso, un poco más alto. Me di la vuelta y vi que Ralph sostenía una foto entre sus manos. Me acerqué a paso ligero y le miré curiosa.—¿La puedo ver?
—No, es más.—negó con la cabeza antes de terminar la frase.—Prefiero no enseñártela.—soltó así. Por lo menos fue sincero. No me resistí mucho más y volví hacia la puerta, con la duda de irme.
A poco metros de Alice..
Mantuve la mirada perdida en la foto. Ahora, estaba un poco más delgada y tenía las puntas algo abiertas. Pero seguía igual de precisa. Me extrañó que no insistiera en verla, también me extrañaron mis propios actos, dejarla ahí, al intemperie.—Cada vez soy más estúpido.—dije en un suspiro. Miré su figura desde el suelo. Como elevaba los pies para dar cada paso, curiosa por su alrededor. Intenté no parpadear, para no perderme cada movimiento de su cuerpo. Miré el reloj. La una de la mañana, y aún, no sabía el por qué de su visita. Intenté hablar, pero me tragué las palabras al ver que me estaba mirando.
—Sabes que veré la foto tarde o temprano.—volvió a sonreír y achicó sus ojos forzando la vista. No lograría verla, entonces, la doblé y guardé en el bolsillo trasero del pantalón.
—Pues entonces, espero que sea tarde.—dije mientras me incorporaba y sentaba en la cama.—Todavía no me has contado porque estás aquí.
—¿Quieres que me vaya?—añadió. Sonrió acto seguido y cambió de expresión.—Charlie y yo.—No quise imaginar que sería el resto. Pero era tan imbécil que me creé mi propio sueño mientras ella hablaba.—No estoy segura de hacer bien aquí. Sinceramente,—suspiró.—no sé que hago aquí. Tengo familia en Francia, y he estado pensando en.—no acabó la frase y me miró.
—No, por favor, no te vayas. Para Charlie eres todo, eres el Sol que alumbra sus mañanas, y la Luna que le deja caminar por la noche. Eres y serás siempre lo que más le importa en este mundo.—acabé sonriendo por mis propias palabras. Dije lo que pensaba, lo que hacía que ella fuera especial para mi. Pero sustituí mi nombre por Charlie, ya que en el fondo yo nunca sería su héroe, su príncipe azul.
Al otro lado de la pared..
Me encontraba enfrente de la habitación de Ralph, sabía que estaría con ella. Apenas había roce entre mis nudillos y la puerta. Apenas tenía aliento para hablar. Apenas tenía palabras que decir. Miré a ambos lados del pasillo. Quise apreciar las palabras que decían, y sin darme cuenta escuché con detalle la conversación.—Irme a Francia.—Apoyé la cara en la puerta, me destrozaba por dentro. Gemí sin hacer ruido y me quité el pelo de la cara. Salí de mi habitación con un propósito. Salí de mi habitación con el propósito de responderla a su pregunta, de decirla que la quería. Pero, si se quería ir, no la retendría.

martes, 15 de mayo de 2012

~Capítulo diecinueve.

La miraba de tal forma que podía saber que estaba pensando. Yo, mientras estaba sereno, manteniendo la compostura. Apenas las diferenciaba por la luz. Luz y oscuridad se mezclaban continuamente y solo las veía hablando e intercambiando alguna que otra sonrisa. Miré a Ralph, no estaba sorprendido, y la verdad, yo tampoco. No me gustaba que estuviera con ella. Me froté el pelo y suspiré hondo. Me acerqué, ignorando lo que estaba pasando, ignorando lo que sabía, ignorando ese sentimiento tan distinto que sentía por ambas.
Mientras tanto..
Su pelo rubio era lo único que veía en estos momentos, la oscuridad parecía ser tan eterna y solo apreciaba su voz. Mis piernas empezaban a fallar por el cansancio, y veía algo borroso, pero no lo tomé muy en cuenta.
—Alice.—sonrió.—Pensé que habías desaparecido.—Se me hizo un nudo en la garganta. Conociéndola me haría un interrogatorio, preguntas y más preguntas.—¿Dónde has estado?—Me agarró del brazo y una luz filtró el poco espacio que había entre nosotras. Vi que le temblaba el labio inferior. Ese recuerdo, demasiado familiar. Era un síntoma de que mentía. En este caso me estaba mintiendo.—¿Piensas decir algo?—le mostré una sonrisa bastante forzada, y al fin, decidí hablar.
—Sí, estoy aquí, de fiesta.—solté. Fue lo primero que se me pasó por la cabeza. Hice varias pausas entre palabra y palabra. Debería decirle algo más inteligente, una escusa, una razón, pero, era demasiado ilusa y no sabía como salir de esta situación.—Divirtiéndome un poco.—no quise sacar el tema de los titulares y el periódico.
—Ya lo veo.—acompañó con una carcajada y se llevó la boquilla de la cerveza a los labios.
—Sí.—sonreí.
—Bueno, ¿y qué haces? ¿Trabajas sin el permiso de tu padre o algo?—intenté asentir, pero era algo lógico, en esta edad nos hartábamos a la mínima y lo típico era huir. Pero en mi caso, no fue por una chiquillada, un enfado tonto, o eso pensaba. Cuando decidí responder a su pregunta, habiendo un margen de unos escasos minutos causados por mis pensamientos, noté el contacto de mi piel con una más cálida que la mía. Luego, fue hacia mi cintura.
Unos minutos antes..
Por fin me dispuse a caminar, Renee me divisó antes y daba cada paso con miedo. Mi conciencia se estaba riendo de mi, ¿miedo? ¿A una chica? Cada vez mis actos me parecían más patéticos y me avergonzaba de mi mismo. Reflexioné unos instantes en el camino, y llegué a una conclusión. Mis dudas se aclararon más cuando rocé mis dedos con los suyos, y dejando caer una de mis manos en su cintura. No querría perder a a Alice.
Encajé mi barbilla en su hombro, sufriendo la mirada de Renee en cada uno de mis movimientos. Acerqué mis labios a su oído, aprecié como los pelos de su nuca se erizaban. Sonreí.
—¿Quién es?—dije en un murmullo, apenas apreciable. No me respondió, pero no me importaba, aquella chica me miraba con rabia en sus ojos, y a la vez despertaba tentación.—Alice.—volví a decir.
Se dio la vuelta y rozó sus labios con los míos. Llevé una de mis manos a su barbilla, dirigiendo aquel beso. Pero, uno de mis ojos estaba pendiente de Renee, ¿qué estaba haciendo? Miraba aquellos ojos con calma, mientras la otra parte de mi cuerpo estaba pendiente de Alice. De la persona de la que en estos momentos estaba.. enamorado, ¿verdad?
—Alice, presentarme a tu novio—exigió. Vi como se dirigía a mi rostro con cierta alegría.—Soy Renee.—Me aparté apenas unos centímetros y lo que iban a ser dos besos acabaron en un susurro.—Bonita actuación.—se apartó y elevó una sonrisa.
—Él es Charlie.—soltó Alice al ver que ella ya se había presentado. Y yo, bueno, no tenía palabras. Ralph se acercó a mis espaldas y me sorprendió la reacción de Renee.
—Hola Ralph.—añadió aquella chica rubia. Miré a Ralph, ¿la conoce? ¿Cómo sabía su nombre? Noté como Alice se hacía las mismas preguntas.
—¿La conoces?—le susurré a Ralph. Mi rostro mostraba asombro.
—¿La conoces?—soltó Alice unas milésimas de segundo de diferencia a mis palabras . La misma pregunta, la misma expresión.  Puede que fuera un error, pero decidí actuar.
—Encantada Renee.—mis actuaciones mejoraban con el tiempo, aunque no me gustaba mentir.—Alice vayámonos.—La agarré de la cintura, pero impidió mi paso.
—¿Irnos? ¿Por qué?—Frunció el ceño y soltó mi mano. Suspiré. Miré al techo y volví a suspirar. 
—Luego te lo explico, vayámonos.—No sabía que decirla, en cierto modo, quería irme para no tener que sufrir a Renee, ya tenía suficiente con verla casi todos los días. La verdad, me estaba acostumbrado.
—No, yo no me quiero ir.—respondió firme como una estatua. Ladeé la cabeza y posé la vista el Ralph, aún seguía intacto después de la pregunta que le hicimos, cual no contestó. Estaba blanco como la leche, incluso más sorprendido que nosotros.
—Alice, por favor.—le supliqué. Podría irme, y dejarla allí, no le pasaría nada. Pero, no quería. La volví a coger de la mano, haciendo algo de presión.
—No. No quiero irme.—me volvió a repetir. Ya no sabía que decirla, sería capaz de hacer un número ahí, delaten de todos. La veía distinta. O, a lo mejor era yo, el que estaba cambiando. Me soltó de la mano y de sus labios salió una frase.—Me recuerdas a mi padre.
Aquellas palabras me hicieron más daño de lo que ella pensó. Me introduje entre la gente. Manos, brazos, piernas, de todo se cruzaba por mi camino. Di un portazo al salir. Me paré unos instantes.—¿Qué estoy haciendo?—Llevé mis manos a los bolsillos, buscando las llaves del coche y al final di con ellas.—Luego, debería arreglarlo.—me comenté a mi mismo, pero tenía tanto orgullo que dudaba que lo hiciera ahora. Me froté las manos intentando entrar en calor. Caminé hundiéndome en una fina capa de nieve que rodeaba el local. Me introduje en el coche y puse la radio. Won't Go Home Without you de Maroon 5 resonaba en mis oídos. Esa canción expresaba demasiado sentimiento.—Podría cantarla, me sé la letra.—Andy siempre la ponía.—Hostia.—dije en voz alta.—¡Andy y Josh!—me froté los ojos. Bueno, no pasaba nada, se tenían uno al otro. No pasó muchos minutos desde que empecé a hablar solo, hasta que vi que alguien daba un portazo sentándose en el copiloto.
No dijimos nada en el camino, bueno, mejor dicho, yo no dije nada. Ella hablaba entre dientes, no la entendía, hablaba en francés. Arranqué el coche y puse la música más alto, para que el silencio que había entre nosotros no fuera tan cargado y agobiante. Pero no sirvió de nada.
Acercó la mano a la radio y la apagó. La miré y vi que tenía clavado su mirada en la mía. Volví a mirar a la carretera y ignoré esos segundos de presión.
—¿Ahora dónde vamos?—apoyó la cabeza en el cristal. Y dejó caer sus manos en el asiento. Estaba preciosa. Era preciosa. La miré sin que se diera cuenta y suspiré hondo.
—A casa.—le dije.—Bueno, a nuestra casa.—le volví a decir. Pocas palabras producía mi garganta, estaba tan pendiente de la carretera que me costaba establecer una conversación. Un semáforo en rojo, perfecto para disculparme.—Bueno, Alice, querría decirte que..
—¿Tú me quieres Charlie?—me tragué las palabras y volví a mirar a la calzada. ¿La quería? Sí, no había duda, pero.—No nos conocemos mucho.—bajó la mirada y suspiró. La imité.
—Para eso estamos, para conocernos.—Cambié de marcha y le regalé una pequeña sonrisa.
Llegamos antes de lo esperado, y no dirigimos ninguna palabra en el camino. Le dí mi abrigo para que se cubriera. Hacía demasiado frío.
—Gracias.—Me miró y lo cogió.—Aunque te vas a congelar.
—Ahora vamos a llegar, no pasa nada.—Estiré los brazos y el cuello. Seguía sintiendo algo de tensión en el cuerpo. Entramos y varios chicos nos saludaron. La miré y abrí la puerta mientras la cerradura chasqueaba. Cedí el paso y entró dejando la ropa en una silla.
—¿Tienes hambre?—añadí a ese silencio.
—No, ¿y tú?—me preguntó mientras se descalzaba y soltaba el pelo.
—Tampoco.
Esa fue la mínima conversación que tuvimos, hasta que ella empezó a hablar.
—Antes no me has respondido.
—¿A qué?—me froté el pelo y dejé el cinturón en la cama.
—A que si me quieres.
Me volví a quedar en blanco, ¿no se lo había dicho? Estaba seguro de que sí.
—Si te lo he dicho.—me negó con la cabeza y se apoyó en la pared.
—Creo que los periódicos tienen algo de razón.—La miré confuso.
—¿A qué te refieres?
—Esto es algo parecido a un secuestro.—Rió chistosa, pero lamentablemente, yo no me lo tomé igual.
—¿Secuestro?—salté.
—Sí, no me diste a elegir.
—¿Enserio?—sonreí.—Bueno, pues si quieres irte con tu padre, puedes.—Me senté en la cama y dejé los zapatos tirados por la habitación. Había cambiado, yo ya no era Charlie Blair. Abrió los ojos y volvió a coger la chaqueta.
—Tengo razón, decidiste tú por mi.—volvió a replicar. Deseaba que esta conversación no hubiera empezado, debería haberla dicho que la quería desde un principio.
—Yo solo quería lo mejor para ti.—suspiré y miré cabizbajo.—Si quieres irte, puedes hacerlo.
Antes de terminar aquella palabra un portazo retumbó entre pared y pared del cuarto. Me llevé las manos a la nuca.—No, no, no.—me dije a mi mismo. Me levanté y empecé a dar vueltas. ¿Por qué le había dicho eso? Miré para todos los rincones, e incluso en el baño. Abrí la puerta y asomé mi cabeza a ambos lados. No estaba. Se había ido. Cerré los ojos y volví a entrar, dejando caer mi peso en la puerta y deslizándome hasta el suelo. No era consciente de lo que estaba pasando. Y aunque no me lo podía creer, el sonido del portazo aún seguía retumbando en mis oídos.

domingo, 6 de mayo de 2012

~Capítulo dieciocho.

Un amargo sabor abundaba en mi boca. Era una extraña combinación entre dulce y salado. Era a la vez sólido y líquido. Pero nada, estaba perdida, no sabía lo que estaba comiendo. Intentaba hablarle pero era imposible, con cada leve movimiento de mis labios me daba una cucharada de ese experimento.
—¿Te gusta?—dijo. Volvió a acercar la cucharra a mis labios, la cual negué como puede y la esquivé. Sonreía sin más, a lo cual me parecía extraño. Llevaba así unos días, que parecía que la felicidad circulaba por su sangre. Yo, mientras, me decaía en mis penas.—Alice tienes que comer.—Había perdido varios kilos, y era preocupante.
—No quiero más por—me interrumpió. Otra cucharada fue hacia mi boca. Pasé la manga de mi camiseta y me quité algunos restos de esa comida, que aún no sabía exactamente que era. —favor.—Terminé, sonreí.
—Tienes que comer.—respondió. Hizo un leve movimiento de pelo, apartándolo de la cara, dejando a la luz esos preciosos ojos verdes. A los que estaba enamorada.—Estás muy delgada.
—Comer, ¿pero comida no?—le solté. Seguramente lo habría preparado él, no quería herirle ya que le habría hecho ilusión, pero estaba llena, ya era el segundo plato que tomaba sin ganas.—Y por lo de delgada...—Quiso volver a coger la cuchara, pero me adelanté. La llené hasta arriba y se la acerqué.—¿Quieres? ¿Quieres probarlo cariño?
Asintió, pero ambos sabíamos que no quería ni olerlo. Puso mala cara y al final se lo di. Lo saboreó unos minutos, en los que ponía diferentes rostros de dolor y deseo. Me había perdido. Pero no me importaba, y menos si me perdía con él. 
—Está...—le costaba hablar, seguramente porque no tendría ni lengua.—¿Delicioso?—alzó los hombros. Me quitó la cuchara de las manos. Tenía posibilidades de que le volviera a dar por venganza y se quitó ese mal trago de encima.  
—Entonces como te gusta tanto.—Le sonreí antes de acabar esa frase, no sabía porque lo hacía, pero estaba algo contenta.—Todo para ti.
—Pero.—Arrugó la frente y retoció el morro con dulzura.—Tenemos que compartir las cosas.
—¿Quién lo dice?—Me erguí y me estiré. Estábamos en su habitación, como siempre, con este invierno a ninguno nos apetecía salir. Una rafaga de frío pasó por la ventana. La volví a cerrar rápidamente y alcancé una chaqueta negra.—¿Te importa?—señalé la chaqueta.
—No, cógela.—Apartó el plato de la mesa y tiró lo poco que quedaba a la basura. Podría darselo a alguno de la casa, pero dudaba que les gustara. Noté como ponía las manos en mi cintura.—¿Te gusta mi ropa?—murmuró en mi oído. Un escalofrío me recorrió de pies a cabeza.
—Puede.—le dejé en la duda. Puso su barbilla en mi hombro y ambos miramos la ventana. Deslicé mi dedo en ella y dibujé un pequeño corazón. Noté sus labios en mi nuca.
—Tenemos que irnos.—Los separó y los llevó a mi cuello.—Le he dicho a Josh que estaríamos a las siete, y son las siete menos cuarto.
En estos días había tenido menos comunicación con Josh, por el tema de Andy. Ralph me daba clases mientras Charlie nos miraba constantemente. Estaba celoso. Me gustaba, por qué negarlo. Luego, cuando Charlie desaparecía casi todos los días a las seis de la tarde, me quedaba sola en la habitación.
—¿Hoy no te vas?—dije. Mi tono tenía una pizca de rabia. No sabía a donde se iba, ni que hacía, ni con quién. No tenía que contarme todo, pero tampoco ocultarme las cosas. Me di la vuelta y le miré con dulzura.
—Hoy vamos a ver a Josh tocar.—dijo más serio que un libro. Se cerró por completo y apartó la vista de mis ojos, mientras observaba sus pies.
—¿Por qué desapareces todos los días?—añadí. Todas esas noches preguntándome que hacía y quedándome con la duda. Solo le veía por la mañana, no sabía si volvía por la noche, ni si dormía conmigo o no me enteraba. Siempre le veía con un desayuno y sonriendo. Sin una explicación convincente.
En el reflejo de un espejo..
A la derecha. No, mejor a la izquierda.—No sé como peinarme.—le dije a mi reflejo. Parecía estúpido hablándome a mi mismo, pero no sabía con quién compartirlo, ya que me mirarían mal, o me dirían lo típico. Mejor revuelto, sí, era lo mejor. Dejé uno de los peines en la mesilla y pasé ambas manos. Alocándose aún más el pelo. Me parecía a Charlie, tenía un cierto aire. Me miré los dos perfiles y salí de la habitación.
Tenía el corazón a mil, y mis mejillas parecían manzanas de lo rojas que estaban. Acababa de salir de la ducha y lo único que llevaba era la roja interior. Mis pies desnudos se deslizaron por la madera de la casa, que por casualidad no estaba muy fría.—Será obra de Dios.—volví a decir en voz alta. Tenía que quitarme esa costumbre, pero el silencio de mi habitación era demasiado seco y agobiante. Me daba la sensación de estar siempre solo. Bueno, siempre lo estaba. Cogí unos pantalones verdes y una sudadera gris. Converse negras e iría perfecto, pero se las presté a Charlie.—Mierda.—suspiré.—¡Otra vez hablando solo, por Dios Ralph!—me grité a mi mismo. Decidí ponerme la mano en la boca, ya que seguramente soltaría una gilipollez. Me vestí lo más rápido posible. Las siete menos diez. Quería cogerme las zapatillas, pero Charlie estaría en su habitación, con Alice.—Alice..— murmuré en el seco ambiente de mi cuarto. Era imposible que dejara de hablar, y me dí por vencido. 
Antes de irme me acerqué a la mochila del instituto y saqué unas cuantas cosas. Libros, apuntes etc. Y en el tropiezo de la búsqueda de mi móvil, encontré una foto. No era de hace mucho. Dos o tres meses. Cuando en su vida era simplemente un compañero más. Era un lunático. Di la vuelta a la foto y vi tenía apuntado el día que la tomé con mi cámara. No tuve mucho disimulo, pero ella estaba centrada en su amiga Renee, y yo, mientras, la quería en silencio. Mi actuación ese día en el baño fue lo mejor que hice, hacer que no la conocía. Aunque llevara meses que no salía de mi mente. Así, tendría la oportunidad de que ella supiera como era, y con mucha suerte, le gustara.—Dios, si existes, por favor.—Me froté la nariz y volví a observar su rostro, mientras lo recorría con dulzura, como si pudiera tocar su pelo. Pero nada, estaba enamorada de Charlie, y él era mi amigo, y no podía hacerle eso, estaría muy mal visto. Pero, el amor era el amor. 
El sonido de unos nudillos frotando constantemente la puerta resonaron en mi cuarto, hasta llegar a mis oídos. Me levanté y dejé caer la foto mientras cogía el móvil con la otra mano. La dejé ahí tirada, estaba seguro que nadie entraría en mucho tiempo. Me acerqué con paso ligero, mi habitación era la más grande de todas. Y de momento yo era el más pequeño de la familia, si se le podría llamar así. Calcé unas Vans viejas y giré el pomo con miedo. Pero disminuyó en segundos al ver su preciosa sonrisa.
Detrás de un micrófono..
Mis yemas rozaron el metal frío y seco de los platillos. Hacía mucho que no actuábamos con público. No eramos muy buenos, y la verdad, era de sorprender. Miré al cantante y a los guitarristas. Yo, estaba practicando con la batería. Era una de las mejores cosas que tenía en mi vida, ese pequeña sensación que tenía al tocar.
—Josh, ¿estás nervioso?—me dijeron. Me cubrieron los ojos con ambas manos. Sabía quién era, ¡quién iba a ser! Andy.—Dentro de poco vendrá el resto, pero esto ya se está llenando.—deslizó sus dedos hasta mi barbilla y los dejó en mi nuca.
—Es verdad.—La besé. Yo más ganas que ella, pero no lo tomé en cuenta. Miré el público, no diferenciaba los rostros. Eso era lo mejor, apenas les veías.—Estoy un poco nervioso, hay más gente de lo común.—La miré, iba de azul marino, normalita, pero a la vez perfecta.
—Yo he avisado a mucha gente.—añadió en un suspiro ya que se acercaba un guitarrista. Era de esperar, Andy por muy sencilla que fuera, la conocía medio país. Y yo, tuve suerte, y la conocí. La miré con el rabillo del ojo, estaba hablando con uno de ellos. Antes dije que tocar la batería era la mejor sensación. Pues, estaba equivocado, tenerla a mi lado le daba mil vueltas. ¿Estaría enamorado? Seguramente, estaba nervioso porque era la primera vez que tocábamos en grupo y ella asistía al concierto. Bueno, concierto no era exactamente, pero me hacía ilusión pensarlo. Los focos fueron hacia mis ojos.—Me he quedado ciego.—susurré, pero bueno, por lo menos aún tenía voz, y las muñecas estaban intactas. 
Entre la multitud..
Buscaba a Charlie, ¿le había perdido? Hace unos minutos le cogía de la mano y ahora estaba entre la gente. Perdida. Salté varias veces y pude ver a Josh tocando la batería. Se le daba bastante bien y hacían buen grupo. —¿Charlie?—Agarré a un chico del brazo.—Lo siento, me he equivocado.—Le miré con vergüenza y aparté la vista mientras caminaba nerviosa. El local era enorme y yo era demasiado pequeña. Muchos chicos me miraban, incluso me hablaban, pero la música estaba tan alta que era imposible escucharles. Me acerqué a la barra.—Un vaso de agua por favor.—le dije al camarero. Noté como alguien se sentaba a mi lado, pidiendo alcohol.
—¿Te invito a algo preciosa?—me dijo. Era extraña la situación, casi tenía diecisiete años y nunca me había ocurrido esto. Casi nunca salía a la calle, prefería quedarme en casa, leyendo.—No te cortes, solo quiero invitarte.—sonrió, le miré. Tenía los ojos azules.—Mi amigo me ha dado cincuenta euros por error y bueno.—se llevó las manos a la nuca e hizo esperar al que servía las bebidas porque hablaba conmigo.—¿Qué mejor que gastarlo en una chica tan preciosa?—demasiados cumplidos, no era preciosa. Seguramente estaría borracho y no me vería bien.
—No gracias, solo quiero agua.—Volví la vista hacia el camarero, le asentí a mi propuesta del vaso de agua y me lo sirvió en un abrir y cerrar de ojos.—Creo que me voy, que he perdido a mi novio.—añadí con una carcajada.
—Pero antes, dime como te llamas.—me agarró el brazo suavemente, sin hacerme daño, lo suficiente para mantenerme unos segundos con él.—Yo me llamo James, ¿y tú?—Me seguía mirando a los ojos. Borracho no era la palabra, le faltaría poco para tener un coma etílico. Le sonreí y le aparté la mano de mi brazo. No perdía mucho por decirle mi nombre.
—Se llama Alice.—noté como alguien dejaba su brazo en mi hombro. No me quise dar la vuelta, ya que sabía quién era.
—¿Es tu novio?—dejó la copa en la barra.—Lo siento, solo quería invitarla.—me reí por dentro. Me di la vuelta para poder besar a Charlie, pero otro rostro me estaba mirando.
—¿Ralph?—dije entre dientes, apenas imperceptible.—¿Qué haces?—no me inmuté mucho y seguí casi abrazada a él.
—Quitarte a este de encima, no creo que a Charlie le parezca bien.—sonrió, tenía una bonita sonrisa.—¿Vamos a bailar?—Miré al otro chico pícara, estaba avergonzado y seguramente no saldría otra vez de la barra. Me despedí de él con la mano mientras Ralph me llevaba al centro de la pista.
—¿Sabes dónde está Charlie?—No me quiso responder, tenía la sensación de que lo sabía. Pero yo me movía al compás de la música. Pude ver a Andy a lo lejos, con otras chicas. Josh estaba en el escenario, dándolo todo. Y Charlie. Desaparecido. 
—No, le perdí de vista hace media hora.—me dijo al oído, ya que antes me había hablado y no me había dado cuenta. Una música lenta empezó a sonar en el local. También la estaban tocando los chicos. ¿Bailaba con Ralph? Sería de mala educación no hacerlo. Busqué con la mirada a Charlie, pero nada. 
—¿Bailamos?—me dijo con una tierna sonrisa. Tenía que reconocer que me estaba derritiendo por dentro. Notaba que su mirada podía atravesar la mía.
—Voy a buscar a Charlie mejor.—Le dije sin apenas pausas. Me solté de su mano y me introduje entre la multitud. La música era demasiado lenta, y tenía la sensación de que mis párpados caían del cansancio. Cogí a varios chicos del brazo, creyendo que eran Charlie. Me estaban tomando por loca. Pero siempre me acababan sonriendo.—¿Charlie?—volví a gritar cuando hubo un descanso.—¡Charlie!—volví a decir. Me iba a quedar sin voz. Resoplé. Abrí los ojos. Un pelirrojo se asomaba por mi vista. Caminé hacia él. Pero me encontré con otra persona de por medio.
Noté que el corazón se me encogía por segundos. Había visto a mi madre. Se me encharcaron los ojos nada más pensarlo. No tenía que llorar. Así que seguí caminando aunque pensase que no era fruto de mi imaginación, que la había visto de verdad.
—¿Alice?—alguien me agarró del brazo e hizo que retrocediera a mis pasos. Mostraba cabello rubio. 
—Re, re, ¿Renee?—tartamudeé. No podía creerlo. Estaba aquí, me estaba viendo. Hacía dos semanas que no sabía nada de ella. Y ahora, le tendría que contar todo, darle explicaciones.