domingo, 20 de mayo de 2012

~Capítulo veinte.

El silencio de mi cuarto era demasiado abrumador, vacío. Caminar solo por la nieve me hizo pensar. La farsa que tenía con Alice no dudaría eternamente. Al fin y al cabo, descubriría quien soy, y lo que siento realmente por ella. Miré por la ventana y me llevé la manta al cuello. El frío empezaba a helar mis entrañas. Cerré los ojos.—¿Ralph?—mi nombre fue acompañado con unos pequeños golpes en la puerta. Miré el reloj. Las doce y cinco. Fui tambaleándome hasta la puerta, no tuve mucha prisa por contestar.
—Es un poco.—me callé. El rostro de Alice esperaba enfrente de mi habitación, con los ojos llenos de lágrimas, pero ninguna derramada.—Pasa.—me eché a un lado y le di la manta que llevaba en los hombros. Estaba pálida. Y yo, por un momento, empecé a sentir calor.
—Lo siento.—sonrió y pasó dejando los zapatos por el camino, como si estuviera en su propia casa. Mi corazón se encogía por cada suspiro que daba y sufría un golpe de calor cuando me dirigía una sonrisa.—Es un poco tarde, y no sé, no sabía que hacer.—me miró y sonrió.
—No, no importa.—su agradable estancia hizo que la habitación dejase de parecer la soledad.—¿Tienes hambre o algo?—Me acerqué a la mesilla de noche, donde me esperaba un humeante café. Tomé un sorbo. Una parte de mi quería mantenerse despierto toda la noche.
—Si insistes.—clavó sus ojos azules en los míos y se llevó el pelo detrás de la oreja. ¿Había sido coincidencia conocerla y que fuera a vivir aquí? Antes, para ella no existía, y ahora, en estos momentos, socorría en momentos de angustia. Sonreí por dentro y dejé mis pensamientos aparte. Empezó a hablar.—¿Tú crees que hago bien?—arrugué el rostro y me senté a su lado en el suelo. No la entendía.—Me refiero,—rió.—estando aquí, ¿hago bien?—Sin poder evitarlo me salió una sonrisa tonta en la cara. Demasiado estúpida para ser un chico. Su estancia aquí, en esta casa, había sido lo mejor en muchos años.
—Pues.—no sabía si darle mi opinión y volví a tomar un trago. Le ofrecí del mismo vaso.—Eso no lo puedo saber yo. ¿Tú estás cómoda aquí?—Se llevo el filo del vaso a los labios y se los manchó de café. Me reí por no soltar alguna barbaridad.
—Sí, sois buena gente, me habéis aceptado.—sonrió, mostrándome su radiante sonrisa. Parte de mi cuerpo empezaba a temblar, me froté el pelo, despeinándome un poco.—Que pintas tienes.—elevé una pequeña sonrisa y me miré en el espejo de atrás.—Trae, que te arreglo un poco.—Pasó sus dedos por mi pelo, enredándose en él. Estaba muy cerca, demasiado. Podía apreciar el calor que liberaba su piel, podía contar cada una de sus pestañas. Pude hacer muchas cosas, pero no me atreví a acercarme a sus labios. 
Bajo los copos de nieve...
Caminaba torpemente a su lado. Miré a Josh y no mostraba ningún estado de ánimo. Y si tenía, seguramente sería de rencor. Charlie se había llevado el coche, sabiendo que era de él. Marcaba por la nieve mis pisadas, jugando como una niña pequeña. Me gustaba sentirme así, aunque tuviera dieciocho años.—Habéis estado muy bien en el concierto.—le sonreí. Bien no era la palabra, sino regular. Se puso la capucha y siguió su camino en silencio. Le imité e intenté entrelazar nuestros dedos.—¿Ocurre algo?—paró en seco y me asusté. Sus pequeños ojos escondían algo. Pero dejé de pensar al ver que caían sus labios en los míos.
—Estás cabreado, te conozco.—le solté mientras dejaba mis manos en su pecho. Tenía la respiración entre cortada, y sus labios estaban fríos como el hielo.—Cuéntamelo Josh.—le exigí con una sonrisa.
—Vale.—admitió.—No me parece bien que Charlie controle la vida de Alice. No es una niña, ella también puede pensar.—Me hubiera gustado darle la razón, pero estaba con el pelirrojo. Alice no era muy consciente de sus acciones y necesitaba ayuda.—Vale.—le miré.—Sé en que piensas, ¿me equivoco verdad?—se alejó de mis manos y empezó a caminar, dejándome por el camino.
—No, Josh, en parte tienes razón.—le alcancé con unas cuantas zancadas y cogí su ritmo al andar. Apretaba los labios.—Josh, pero solo tiene dieciséis años.
—Va a cumplir diecisiete.—bajé la mirada y retorcí el morro.
—Vale, me da igual, pero es una niña.—introduje las manos en los bolsillos, empezaba a tener bastante frío. Intenté adivinar que pensaba Josh.—No te enfades por esto, tú no tienes la culpa.—le dije mientras cubría con el gorro mis orejas.
—Siempre tienes.—dejó de hablar y me sonrió. No fue una sonrisa bastante sincera, ni humilde, volví a mi anterior hipótesis, escondía algo.—Tienes.—suspiró y dejé de mirarle.
—Si no quieres hablar de este tema, no lo hagas.—me llevé las yemas de los dedos al rostro, intentando quitarme alguna gota de agua que se había cruzado por mi pómulo.
—Has empezado tú.—dio un golpe a una piedra y dejó de mirarme.
—Solo me he preocupado por ti.—suspiré, el camino a pie se me estaba haciendo eterno. Dejé la mente en blanco como la nieve. Y llevé mi mirada hacia la Luna, tan redonda y reluciente como de costumbre. Siempre tan sola y tan fuerte.—Querría ser como ella.—murmuré al cuello de mi sudadera.
—Siempre le das la razón a Charlie.—le miré confusa. Podría a ver roto el silencio de otra manera, pero decidió hacerlo así.—Siempre estás de su parte.—seguí sin hablar, apenas le mirada, porque en el fondo, sabía que era verdad.
—Yo solo digo qué.—me interrumpió.
—Sigues sintiendo algo por él.—llevó la mirada al suelo y se resguardó del frío cubriéndose entre sus brazos.
—Eso fue en otra vida, ahora, la quiero contigo.—no dije muy segura.
—No me lo has negado.—En lo más oscuro de la calle encontramos una luz, en aquella ventana donde se podía ver el cuarto de Charlie. Intenté que mi garganta soltara algún sonido, diciéndole que no quería a Charlie, pero lo único que hacia era mover los labios. Paralizada, caminé sin ningún apuro, dándome cuenta de que todas las vías del cerebro se habían colapsado por las del corazón.
Entre cuatro paredes..
Seguíamos tan cerca como antes, solamente que él miraba al suelo. ¿Por qué no me miraba a los ojos? Mi pregunta pasó al olvido después de observar por la ventana.—Me encanta el otoño.—le dije a Ralph mientras me alejaba de su rostro. No me contestó y siguió mirando al suelo.
Pensé en Charlie, se encontraba apenas a unos metros de mi y tenía la sensación de tenerle a kilómetros. Intenté apartar ese pensamiento.—Es imposible.—dije entre dientes. Me levanté dejando la taza de café en el suelo. Me dispuse hacia el armario de Ralph.—¿Son tus amigos?
—Amigos, conocidos, los de aquí.—Me respondió muy seco. Caminé cantando una canción, la misma que había escuchado en el coche hace un momento, con Charlie.
—¡Dichosa canción!—volví a decir, pero en este caso, un poco más alto. Me di la vuelta y vi que Ralph sostenía una foto entre sus manos. Me acerqué a paso ligero y le miré curiosa.—¿La puedo ver?
—No, es más.—negó con la cabeza antes de terminar la frase.—Prefiero no enseñártela.—soltó así. Por lo menos fue sincero. No me resistí mucho más y volví hacia la puerta, con la duda de irme.
A poco metros de Alice..
Mantuve la mirada perdida en la foto. Ahora, estaba un poco más delgada y tenía las puntas algo abiertas. Pero seguía igual de precisa. Me extrañó que no insistiera en verla, también me extrañaron mis propios actos, dejarla ahí, al intemperie.—Cada vez soy más estúpido.—dije en un suspiro. Miré su figura desde el suelo. Como elevaba los pies para dar cada paso, curiosa por su alrededor. Intenté no parpadear, para no perderme cada movimiento de su cuerpo. Miré el reloj. La una de la mañana, y aún, no sabía el por qué de su visita. Intenté hablar, pero me tragué las palabras al ver que me estaba mirando.
—Sabes que veré la foto tarde o temprano.—volvió a sonreír y achicó sus ojos forzando la vista. No lograría verla, entonces, la doblé y guardé en el bolsillo trasero del pantalón.
—Pues entonces, espero que sea tarde.—dije mientras me incorporaba y sentaba en la cama.—Todavía no me has contado porque estás aquí.
—¿Quieres que me vaya?—añadió. Sonrió acto seguido y cambió de expresión.—Charlie y yo.—No quise imaginar que sería el resto. Pero era tan imbécil que me creé mi propio sueño mientras ella hablaba.—No estoy segura de hacer bien aquí. Sinceramente,—suspiró.—no sé que hago aquí. Tengo familia en Francia, y he estado pensando en.—no acabó la frase y me miró.
—No, por favor, no te vayas. Para Charlie eres todo, eres el Sol que alumbra sus mañanas, y la Luna que le deja caminar por la noche. Eres y serás siempre lo que más le importa en este mundo.—acabé sonriendo por mis propias palabras. Dije lo que pensaba, lo que hacía que ella fuera especial para mi. Pero sustituí mi nombre por Charlie, ya que en el fondo yo nunca sería su héroe, su príncipe azul.
Al otro lado de la pared..
Me encontraba enfrente de la habitación de Ralph, sabía que estaría con ella. Apenas había roce entre mis nudillos y la puerta. Apenas tenía aliento para hablar. Apenas tenía palabras que decir. Miré a ambos lados del pasillo. Quise apreciar las palabras que decían, y sin darme cuenta escuché con detalle la conversación.—Irme a Francia.—Apoyé la cara en la puerta, me destrozaba por dentro. Gemí sin hacer ruido y me quité el pelo de la cara. Salí de mi habitación con un propósito. Salí de mi habitación con el propósito de responderla a su pregunta, de decirla que la quería. Pero, si se quería ir, no la retendría.

3 comentarios:

  1. NO ES JUSTO QUE LA DEJES CON TANTA INTRIGAAAAAAAAA. Lloro... jajaja.
    ME ENCANTA, ME ENCANTA, Lucía. Un beso.
    cpiruleta-gapmafia.blogspot.com

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  2. Lucía, me ha encantado, jo. De verdad, un capítulo más que amo. Que penita me dan Ralph y Josh, jo, con lo que les quiero. Whdjabsjahdis siguiente anda. Tequierooop

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  3. Tú y tus capítulos perfectos, skjfhkjsfh. Ojalá pudiera escribir tan bien como tú. Pobrecito Ralph... Es el que más me gusta de la nove. Bueno, pues nada, sigue así, Lucy <3. Te quiero.

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